José Apezarena

Lo que se puede o se debe aprender de 'Spotlight'

Los Oscar han premiado la película 'Spotlight', sobre la investigación periodística del Boston Globe que denunció el encubrimiento de los abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes en la diócesis de Boston. Aún no la he visto, sólo los trailers, pero he conocido ya algunas críticas que hablan de su interés y elogian su contenido y calidad.

Y también he escuchado y leído reflexiones de fondo a propósito del problema que plantea y sobre el comportamiento y trato que hemos dado los medios de comunicación. Entre ellos destaco el artículo "El foco y las sombras", de Ignacio Aréchaga, en Aceprensa, que no me resisto a glosar.

Escribe Aréchaga que el Boston Globe "prestó un buen servicio a la verdad y también a la Iglesia al rastrear los casos de abusos y denunciar el encubrimiento y mala gestión de la jerarquía, más preocupada de proteger el buen nombre de la institución que de atender a las víctimas y de hacer limpieza en sus filas". Y considera que la amplia cobertura periodística ha dejado impresiones confusas e inexactas en la opinión pública. Señala algunas.

Tras la denuncia en Estados Unidos, "saltaron a la opinión pública los casos ocurridos en otras Iglesias en Europa, sobre todo en Irlanda y Holanda. Pero, a base de generalizaciones, no pocos han transmitido la impresión de que el clero católico estaba infestado de depredadores sexuales".

Centrándose en el país más afectado, Estados Unidos, cita el balance estadístico más preciso, realizado por el John Jay College of Criminal Justice, que encontró que en el periodo 1950-2002 las denuncias afectaron al 4% de los sacerdotes activos, y que una minoría aun más pequeña (149 sacerdotes) acumulaba más de un cuarto de las denuncias (27%). Y en otros países, la proporción ha sido mucho menor. El autor se pregunta: "¿Ha sabido presentarlo así la mayor parte de la prensa?".

Aréchaga comenta que la compresión del fenómeno ha quedado empañada por el olvido del contexto histórico, hechos que en muchos casos se remontan a hace varias décadas. "Hoy nos parece evidente que la “tolerancia cero” es la única política posible. Pero en los años setenta y ochenta, cuando se alcanzó el punto álgido de los escándalos, el clima era muy distinto".

"En plena revolución sexual, se trataba de liquidar los viejos tabúes. En el caso de los menores, las organizaciones homosexuales pedían la rebaja de la edad de consentimiento sexual. Parte de los Verdes alemanes y un partido específico en Holanda apoyaban la legalización de la pedofilia, contra “la hipocresía sexual burguesa”. Si algo se reprochaba a la Iglesia es que no relajara más las normas de comportamiento sexual y mucha prensa jaleaba a los clérigos que se mostraban más “liberales”. Lo curioso es que la erotizada cultura mediática reprocha ahora a la Iglesia el haber sido demasiado tolerante con una conducta sexual licenciosa. Quizá no vendría mal que los medios de hoy consultaran su propia hemeroteca para recordar lo que defendían en aquellos años".

Destaca Aréchaga que el tratamiento periodístico y la continuidad en la información "no han sido los mismos cuando han afectado a la Iglesia católica o a otras instituciones. En no pocos casos se ha dado la impresión de que los abusos sexuales a menores eran un problema específico del clero católico. En realidad, informes como los de Philip Jenkins, no católico, autor de Pedophiles and Priests, muestran que el problema de los abusos no es más grave en la Iglesia católica que en otros ámbitos. Para Jenkins, todo esto provoca que “la opinión pública se haya familiarizado con la figura del ‘cura pederasta’, mientras que los abusadores de otros ámbitos pasan desapercibidos (…) o son vistos como malhechores aislados”. Si preocupa la protección de los niños, hay que investigar y denunciar también los casos que se producen en el entorno familiar, en los círculos deportivos, en asociaciones juveniles, en escuelas laicas. Pero en el banquillo mediático de los acusados parece que ha habido poco sitio para estos otros responsables".

Y se distorsiona la realidad "cuando el encubrimiento de casos de este tipo se presenta como una práctica que solo se dio en la Iglesia católica. Cuando se han ido desatando las lenguas, se ha visto que la reacción en otras instituciones fue similar: como en la BBC con el caso Jimmyil Savile, en la ONU frente a los abusos de cascos azules en África, o en equipos deportivos de universidades americanas".

 

Opina Aréchaga que el legítimo afán de denunciar la injusticia y hacer luz no siempre ha sido acompañado de las elementales reglas del oficio periodístico que obligan a respetar la presunción de inocencia, a contrastar las fuentes, a escuchar al acusado. "Esto ha llevado a veces a linchar mediáticamente a clérigos que luego han resultado inocentes, como el caso del obispo castrense de Australia, Mons. Max Davis, que acaba de ser absuelto en los tribunales después de años de persecución".

"Otras veces, el sensacionalismo ha llevado a pintar escenarios dramáticos de abusos, que luego han sido desmentidos o matizados por informes documentados, como ocurrió en Irlanda en el caso de las lavanderías Magdalena o los niños muertos en el asilo de Tuam. Lo malo es que, cuando se descubre que eran exageraciones o falsedades, la respuesta de algunos informadores ha sido: de acuerdo, pueden haber sido mentiras, pero han sido mentiras positivas porque han servido para llamar la atención sobre un problema innegable".

"En esos casos de informaciones que han resultado falsas, mi impresión es que muchas veces la prensa ha preferido mirar hacia otra parte y silenciar los propios errores o de los colegas. También aquí se ha impuesto no pocas veces la “omertá”. Hemos puesto en la picota a los obispos que ocultaron los casos de abusos, pero rara vez a los medios que han abusado de la confianza de los lectores con informaciones erróneas o falsas. Quizá también los periodistas estamos a veces más preocupados del buen nombre de la profesión que de servir a los lectores".

Estoy bastante de acuerdo con el análisis del articulista y por eso me hago eco aquí.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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