José Apezarena

Quién puede (y debe) arreglar Cataluña

Lo ocurrido en Cataluña estos meses, siendo como ha sido un tragedia (casi iba a calificarlo de tragicomedia), presenta, sin embargo, algunos perfiles positivos. Aunque no lo parezca.

El primero, que los secesionistas han sufrido un durísimo castigo. De legitimidad, por el lamentable espectáculo que han dado, con ilegalidades en el Parlament, actuaciones antidemocráticas de desprecio de las minorías, prácticas electorales tercermundistas, desprecio hacia más de la mitad de la población que no es nacionalista, sin olvidar momentos de violencia en las calles.

Y un castigo de imagen, por las vergonzantes deserciones, abandonos, peticiones de disculpas y arrepentimientos, más o menos reales o falsos, más o menos interesados, escenificados estas semanas.

También por la penosa realidad de que su principal líder, Carles Puigdemont, ha huido cobardemente y continúa escondido. A lo que añade su estrambótica pretensión de ser investido a distancia y de gobernar Cataluña telemáticamente.

Y, por supuesto, han sufrido graves daños personales. Porque muchos de ellos han conocido la cárcel, otros tienen cuentas pendientes con los tribunales (que acabarán pagando), y otros han de afrontar cuantiosas multas económicas, como los 6,5 millones de euros a los que debe hacer frente Artur Mas. Y no es el único que se juega su bolsillo y patrimonio.

Además, y constituye otro elemento tranquilizador, se ha comprobado que el Estado tiene voluntad, decisión y capacidades para afrontar un reto de ese estilo. Y para desmontarlo, con el simple recurso a la ley.

El Estado ha plantado cara al desafío y ha respondido con contundencia. Incluida la intervención de la propia autonomía, mediante el artículo 155.

Añadiría también que los instigadores de la declaración de independencia y de la proclamación de una ilusa república catalana han comprobado, amargamente, que están solos.

Quiero decir que se han topado con una absoluta indiferencia internacional, cuando no oposición frontal. Nadie les ha apoyado. Una soledad que se ha concretado, por ejemplo, en el nítido mensaje de que se quedarían fuera de Europa.

 

Sin olvidar, el desgarrador proceso de salidas protagonizado por los dos bancos catalanes, las grandes compañías, y hasta más de tres mil empresas que han abandonado ya aquel territorio.

Con ese panorama, tengo la convicción de que estos, o los siguientes independentistas, tardarán unos cuantos años en volver a intentar algo semejante a lo que se ha vivido con el fracasado “procés”. Diez, quince, veinte años… Si es que se lo planean alguna vez.

Entretanto, queda pendiente una larga y dura tarea de “recuperación”. En muchos terrenos, pero sobre todo de acercamiento a los sectores de población que han llegado a creer las promesas de los secesionistas, de que la independencia era posible, sencilla de conseguir, y beneficiosa para ellos. Tres promesas que han resultado completamente falsas. Hay que reconstruir toda una sociedad rota, que se ha fragmentado (y enfrentado) hasta niveles increíbles.

Cataluña ha llegado hasta aquí por la desidia, olvido e inoperancia de muchos, que han dejado correr las cosas: los sucesivos gobiernos (de todos los colores), los dos principales partidos, una porción del mundo de la prensa, no pocos intelectuales… y el empresariado catalán en su conjunto.

No faltan ahora voces de empresarios y grandes ejecutivos catalanes que lamentan la pasividad que han mostrado estas últimas décadas.

No se movilizaron, no han hecho nada, porque –dicen- no “creían” que las cosas iban a llegar a donde han llegado. Y también admiten que los independentistas les han “engañado”, con tranquilizadores mensajes de moderación, falsas promesas… En fin, que les han tomado el pelo lamentablemente.

¿Cataluña tiene solución? Pienso que la tiene. ¿Va ser algo sencillo? De ninguna manera. Todo lo contrario. Requiere determinación, planes, medios abundantes… y tiempo. No es asunto de pocos años.

En la búsqueda de una solución, no tengo ninguna confianza, ninguna, en lo que puedan hacer los políticos, los partidos. Tantas veces han vendido el interés general, el del país, a sus inmediatos intereses electorales, que ya no son creíbles.

No serán capaces, por ejemplo, de cambiar una ley electoral que frecuentemente deja en manos de formaciones nacionalistas (vascos y catalanes, aunque no solo) la mayoría parlamentaria y la formación de Gobierno, con la consiguiente reclamación de contrapartidas de todo tipo: económicas, de competencias, y hasta de hacer la vista gorda frente a sus manejos.

Creo que es la hora de los empresarios catalanes. Esos que durante años han mirado a otro lado y lo están pagando tan caro: el precio de tener que marcharse a otras zonas de España, entre otros.

Ellos conocen bien el entorno en que han de moverse, pueden acompañar la necesaria elaboración de un nuevo argumentario social. En sus manos está crear, sostener, potenciar, instancias y movimientos regeneradores, iniciativas sociales… Inteligencia tienen para ello, equipos… y medios económicos más que suficientes.

Si ellos no lo hacen, me temo que no habrá solución.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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