José Apezarena

¡Qué pena me das, España!

Pedro Sánchez, en una reunión con el rey de Marruecos

Este país nuestro, España, es víctima de una larga serie de decisiones lamentables, y escenario de situaciones catastróficas, a diversos niveles, que, sin embargo, apenas merecen un comentario por parte de la ciudadanía. Y mucho menos una reacción consistente de rechazo, de queja, de protesta.

Algunos de esos movimientos afectan a nuestro futuro, como país y como personas, y al de nuestros hijos, pero el público ni se inmuta. Como si no fuera con ellos.

Los episodios son de diverso calado, pero todos acumulan desastres uno tras otro. Lo más reciente, por citar uno, es la liquidación de la asignatura de historia, de manera que las generaciones siguientes ignorarán quiénes somos, de donde venimos y, por tanto, a dónde podemos ir.

Y, estos días, la decisión del Gobierno de dar un giro a la política exterior y, sin consultar a nadie, modificar la posición española en el Sahara, para ‘regalar’ sin más esos territorios a Marruecos. Un comportamiento que hasta da miedo, y que sin embargo no ha provocado en el país una exigencia, al menos, de explicaciones detalladas.

Y así con tantas otras cosas. Quizá pueda ser útil una rememoración de dislates y de riesgos asumidos sin pestañear. Aunque resulte desordenado, y sin pretensión de ser exhaustivo, podemos citar algunos.

Con motivo de la pandemia de Coronavirus, las autoridades tomaron decisiones tan anómalas y graves como el confinamiento de la población, y después se anunció el desconfinamiento, pero todo ello sin explicar apenas nada, no obstante las consecuencias personales y sociales que significaban.

Y, además, para tratar de justificar algo, tales acuerdos fueron atribuidos por portavoces oficiales a ‘comités técnicos’ que luego se demostró que no existían. Nos engañaron, engañaron a la gente. Y no ha pasado nada.

Una vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, afirmó que el 14 de febrero, o sea, un mes antes de que se declarara la pandemia, supo "lo que iba a pasar" en España, que así lo advirtió al Gobierno, del que formaba parte como ministra de Trabajo, y que no le hicieron ningún caso. ¿Alguna consecuencia de tan graves revelaciones? Ninguna.

El Gobierno decidió, en esos periodos, que el Congreso cerrara sus puertas durante el tiempo que duró el estado de alarma. Por ese motivo, la Cámara ni se reunió, ni debatió nada. Ni fiscalizó al Gobierno. El Tribunal Constitucional, a posteriori, desautorizó el cierre. O sea, el Gobierno amordazó al Congreso. No es cualquier cosa. ¿Ha tenido alguna consecuencia la declaración de ilegalidad que formuló el TC? Ninguna.

 

Y después, taza y media. Porque el mismo tribunal tumbó también la prórroga de seis meses del estado de alarma y la cogobernanza con las autonomías. ¿Alguien ha pagado por esos atropellos a la soberanía nacional? Nadie. ¿Lo han exigido los ciudadanos? No.

Sufrimos un sistema de salud que se encuentra semi colapsado, en el que conseguir una cita se convierte en una odisea. Las consultas se retrasan y las intervenciones tardan meses y meses. Las colas se multiplican. Y aquí no pasa nada. Y una TVE que es una ruina, en los peores datos de audiencia de su historia.

España bate records europeos de paro, sobre todo paro juvenil. La deuda pública representa ya el 130% del PIB.  Sufrimos una inflación como no se conocía hace cuarenta años. Y no pasa nada.

El castellano, la lengua común del país, un verdadero tesoro y una enorme oportunidad de futuro, es marginado y excluido en la enseñanza en Cataluña, y maltratado en la Comunidad Valenciana, en Baleares... Y no pasa nada.

Tenemos un Gobierno que ha elegido como socio preferente a una formación política que intentó romper España, declarando independiente Cataluña, y que no ha renunciado a ese objetivo. Sorprendente. Y ha concedido indultos a los protagonistas de aquel atropello. Un socio, además, que corresponde con desplantes y desprecios. Pero no pasa nada.

Y vemos a los herederos de ETA sosteniendo la actual mayoría, y reconociendo que han apoyado los presupuestos del Estado para así sacar de la cárcel a doscientos presos de la banda.

Asistimos a la salida de prisión de pistoleros y asesinos, que son recibidos con homenajes en las calles, y al Gobierno blanqueando a EH Bildu. Y no pasa nada.

El presidente del Gobierno se dedica a comprar voluntades con el dinero de todos, como acaba de ocurrir con los sindicatos, a los que tiene amordazados por la vía de darles dinero. Incrementó un 56% la partida para subvencionarles, y ha anunciado que destinará 100 millones de euros, procedentes de los fondos europeos, a reformar las sede de las centrales sindicales. ¿Alguna petición de explicación a los sindicatos? Ninguna.

Sánchez anunció que no enviaría armas a Ucrania, y al día siguiente cambió de opinión y decidió que sí, que España suministraría armamento, pero sin explicar ni lo primero ni lo segundo. Y tragamos una cosa y la otra. Aquí no es debate nada.

Tenemos un presidente que habitualmente ignora al Parlamento, pero que igualmente lo aplica a los medios de comunicación, por la vía de no presentarse ante ellos, o de hacerlo en comparecencias sin preguntas. Un presidente que de pronto desaparece. Y al que esconden de vez en cuando, como sucedió con sus últimas vacaciones en Doñana.

Y un Gobierno que juega sucio en el Parlamento, colando por la puerta trasera decretos y regulaciones, como ocurrió cuando logró que le aprobaran el decreto ley sobre el uso de la mascarillas ligándolo a la paga extra a los pensionistas. Un Parlamento, por cierto, que, en lugar de pelear por su reputación y dignidad, se pliega lastimosamente. Y no pasa nada.

Ahora, se introduce de matute dentro de la Ley Concursal que la Fiscal General del Estado, Dolores Delgado, la persona que apareció amistosamente reunida con Villarejo, pase a fiscal del Supremo cuando cese en el cargo. Y no dimite nadie.

Tenemos un Gobierno que muestra un concepto patrimonial del Estado y que, así, se permite cambiar nombres históricos de estaciones simplemente por un impulso de un momento. Y no pasa nada.

No digo que el Gobierno no gobierne. No digo que no tome decisiones. Pero reclamo que se nos expliquen las cosas.

Entiendo también que siempre habrá problemas, y que se producirán iniciativas discutibles o rechazables. Lo que echo en falta es la reacción de la ciudadanía. Lo que lamento es su pasividad. Echo de menos la respuesta, en una sociedad que casi parece muerta. Desde luego, zombi está

Me desalienta, en fin, comprobar que son muy pocos los que exigen explicaciones. No me refiero a que los medios de comunicación critiquen o no, que me parece que sí suelen intentarlo. Me refiero a la gente, a la ciudadanía, a los españoles, que tragan y tragan. Y callan.

Ya ocurrió en el pasado, primero con el divorcio, después con el aborto, y ha vuelto a suceder con la eutanasia: en este país salen adelante leyes de enorme trascendencia sin que apenas se produzca un debate serio y nacional.

Acaba de darse vía libre a la opción de facilitar la muerte de personas y, a pesar de las hondas repercusiones que va a tener, el hecho ha sido asumido por la generalidad de los españoles sin pestañear. Como si no pasara nada.

Por eso digo que me da pena España.

Ya en otras ocasiones he lamentado el pasotismo de la ciudadanía. Y, a la vez, he echado de menos la existencia de una sociedad civil movilizada, sensibilizada y activa. Que, de momento, sigue sin reaccionar.

Recordando a Unamuno, y aunque pueda parecer pretencioso, y por otros motivos, a mí también “me duele España”. La frase la escribió en una carta a un profesor español residente en Buenos Aires cuya identidad se desconoce: "Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón". La carta fue publicada en la revista argentina Nosotros en 1923. Unamuno se desahogaba tras su destitución como vicerector de la Universidad de Salamanca por sus opiniones críticas con el régimen de Primo de Rivera.

En ocasiones se han asociado con el capítulo XXXI de su novela Niebla. Sin embargo, no hay rastro de esta frase en ese texto: "Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios, el de Nuestro Señor Don Quijote, un dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español...!".

Lo dicho. Hoy me da pena España.

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