¡Qué pena de Marlaska!

Fernando Grande-Marlaska saluda a miembros de la Guardia Civil.

Fernando Grande-Marlaska era, desde el punto de vista profesional, un juez acreditado, solvente, técnicamente capaz, trabajador y organizado. Y, por supuesto, valiente. Hay que serlo, si se trabaja en la Audiencia Nacional. Estuvo amenazado por ETA.

Se trataba de una persona seria, con prestigio en los ámbitos judiciales y de las fuerzas de seguridad. Su desempeño daba confianza, porque trataba de aplicar la ley con decisión, a la vez que con exactitud. Llevo asuntos relevantes, uno de ellos el caso Faisán. Tuvo fallos, pero como todo el mundo.

Ese buen cartel provocó que el propio Partido Popular lo propusiera, en 2013, para formar parte del Consejo General del Poder Judicial. Él lo había intentando en 2006, como independiente, y no lo había conseguido.

Pero vino la política. Y sucumbió a la tentación de algunos políticos de revestirse con los méritos de los jueces, como en su día practicara Felipe González cuando, para intentar blanquearse de las acusaciones de corrupción, colocó a Baltasar Garzón como número dos en su lista a las elecciones generales.

Por cierto que la vacante dejada entonces por Garzón en la Audiencia Nacional fue cubierta, provisionalmente, por Grande-Marlaska.

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Como es bien conocido, Garzón salió elegido diputado, pero una incumplida expectativa de convertirse en ministro provocó su amargada renuncia. Y, cuando regresó a su despacho en la Audiencia Nacional, sacó del cajón, donde había permanecido aparcado, el sumario del caso Gal, que puso en aprietos muy graves a quien fue su jefe de filas en política, Felipe González.

Marlaska se ha convertido en una decepción. Es el ministro de las concertinas, que ha incumplido su promesa de una retirada inmediata. El enemigo de las devoluciones en caliente, que está permitiendo prácticas inadmisibles con los migrantes...

Marlaska llegó a ministro sin haber militado políticamente, puesto que Pedro Sánchez lo nombró sin haber formado parte de las listas del PSOE, ni participado en la campaña electoral anterior.

Ahora, sin embargo, ya es un político. Aceptó formar parte de las candidaturas socialistas, metido con calzador en las listas por Cádiz, y entró sin problemas en la campaña electoral, participó en mítines... Un político.

Su actuación a propósito de las agresiones a la delegación de Ciudadanos no ha podido ser más penosa. El ministro que, por oficio y obligación, está obligado a proteger a las personas, y a garantizar el derecho a moverse libremente sin verse agredido por la calle, ha validado la violencia sufrida por Inés Arrimadas y compañeros, al decir que pactar con determinados partidos (aludiendo a Vox) "tiene que tener consecuencias".

O sea, que le parece bien que una decisión política, la que sea, puede ser respondida con el ataque, el acoso, el escrache, la agresión... Con la violencia, en fin. Y eso lo afirma el ministro del Interior.

Una pena lo de Marlaska. Este país ha perdido un buen juez y a, cambio, ha ganado un mal ministro.

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