José Apezarena

¿A qué temen los independentistas?

Escuela de Canet de Mar, con una pintada catalanista

El 3 de octubre de 2017, dos días después del ilegal referéndum independentista en Cataluña, Felipe VI pronunció un discurso en televisión en el que condenó sin paliativos el intento, denunciando la actuación desleal de las autoridades autonómicas, e insistiendo en que nunca triunfaría un proceso de ruptura de la unidad de España como el intentado.

Aquel día envió un mensaje a los catalanes no independentistas, diciéndoles. “No estáis solos”.

Así lo entendieron esos catalanes, que, en los días siguientes, salieron a miles a la calle para proclamar su voluntad de seguir formando parte de España, rompiendo así un largo tiempo de silencio y miedo.

Bueno, pues ahora esos catalanes han sentido de nuevo la amargura de la soledad. Y, con ello, el temor.

Han sufrido la soledad de ver cómo el Gobierno de España ‘pasaba’, miraba a otro lado, callaba, ante la ofensiva contra unos padres de Canet de Mar que tan solo reclaman el cumplimiento de la ley, y más en concreto su derecho a que el castellano forme parte de la enseñanza en la escuela de su hija. Aunque solo sea en un 25%.

Y han padecido el silencio del presidente, que ha sido el último en hablar. Han hecho falta un Pleno de Congreso, pleno de control, y las andanadas de la oposición, para que abriera la boca y dijera algo. Y lo ha hecho de una forma tibia, sin ofrecer garantías de nada a los damnificados. Es que sus deudas políticas pesan demasiado.

Suele decirse que no cabe pedir a los ciudadanos convertirse en héroes, y que son las instituciones quienes tienen que protegerles, utilizando para ello los medios que les otorgan las leyes y el poder recibido de las urnas.

Sin embargo, los padres de Canet no han tenido otra que comportarse como héroes a su pesar, dando la cara, no doblegándose, y reclamando derechos, que son de tantos y tantos catalanes como ellos. Héroes porque han alzado su voz, ¿y qué se han encontrado? Soledad y silencio. por parte de quienes tenían que protegerles.

Y, además, se han visto insultados, amenazados, excluidos, marginados, en medio de escraches y boicots.

 

Han sido objeto de una reacción desaforada, que incluyó propuestas como apedrear la casa de la familia, dejar sola a la niña en clase, no invitarle a celebraciones, no comprar en su establecimiento “fruta facha”...

Les han señalado. Como hacía en el pasado ETA, cuando colocaba dianas en muros y puertas, con lo cual quedaban estigmatizados porque el resto de vecinos les huía, si no por convicción, si por no ser molestados, e incluso por miedo.

Visto desde fuera, la reacción del mundo independentista ante el episodio de Canet puede calificarse de desproporcionada, excesiva y casi histérica. Tales han sido los pronunciamientos y amenazas.

Y no hay más remedio que preguntarse: ¿A qué temen los independentistas, cuando se movilizan tan intensamente en contra de que el 25% de la enseñanza, solo el 25%, se imparta en español?

Cabría deducir que detrás se esconde un complejo de inferioridad. Quizá también miedo. Porque, creer que, con solo esa cuarta parte de asignaturas en castellano, peligra la supervivencia de su propio idioma, el catalán...

Si en todas partes existen radicales y exaltados, y más aún en el mundo independentista, en esta ocasión lo penoso ha sido el comportamiento de las instituciones. De un conseller de educación proclamando que “no hay un problema lingüístico en Cataluña”, a la vez que se negaba a hacer declaraciones en castellano, diciendo que se pueden subtitular. ¿También las emisoras de radio van a subtitular?

Del Sindic de Greuges, Rafael Ribó, que abrió un expediente inmediato tras el incendio en el que fallecieron un matrimonio y sus dos hijos en una vivienda ocupada, y por la muerte de una persona por el uso de pistola taser, y había razones para ello, pero que no ha querido salir a defender los derechos de la niña de Canet y de sus padres.

A estas alturas, me gustaría decir que el catalán no está en peligro. No, al menos, porque haya quienes quieran eliminarlo. Y trasladar a los exagerados y energúmenos que nadie quiere acabar con esa lengua española. Al contrario, somos muchos los que amamos el catalán.

Y que, si un día desapareciera, no sería por campañas y conspiraciones externas sino, en todo caso, por su propia debilidad.

editor@elconfidencialdigital.com

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