José Apezarena

¿Quién teme al independentismo catalán?

Celebración de la declaración de independencia en el Parlament de Cataluña el 27 de octubre de 2017.
Celebración de la declaración de independencia en el Parlament de Cataluña el 27 de octubre de 2017.

¿Quién teme al lobo feroz? es una conocida y pegadiza canción infantil, escrita por Frank Churchill con letra de Ann Ronell, que se presentó en 1933 en el cortometraje de Disney ‘Los tres cerditos’.

Se hizo tan popular, también en España, que a lo largo del tiempo la han cantado numerosos artistas. En 1963 sirvió de inspiración para la obra ‘¿Quién Teme a Virginia Woolf?’, de Edward Albee, y en 1966 culminó en la película del mismo título protagonizada por Richard Burton y Elizabeth Taylor.

Hasta aquí los antecedentes y a partir de aquí alguna reflexión sobre el independentismo catalán, a la vista de los resultados de las elecciones autonómicas del domingo.

Se ha destacado la victoria conseguida por los partidos nacionalistas, y el hecho de que la suma de Esquerra, Junts y la CUP alcanza mayoría absoluta en el Parlament, y por tanto cabe un gobierno absolutamente independentista.

Sin embargo, analizando con más detenimiento los datos, a lo mejor hay que introducir algunas correcciones. Se insiste, por ejemplo, en que han logrado más del 50% de los votos, pero conviene precisar que es el 50% del 50%, porque tal ha sido la participación.

Con el supuesto de que los independentistas se han movilizado más que los constitucionalistas (que se han quedado en casa en gran número, engordando así la abstención), resulta llamativa también la pérdida de votos sufrida: Esquerra menos 200.000, Junts menos 300.000. O sea, que les ha apoyado menos gente que en 2017.

Eso coincide con la tendencia última, a la vista de los resultados del independentismo en las sucesivas elecciones: 2010: 76 diputados / 2012: 74 / 2015: 72 / 2017: 70.

La dinámica se ha roto ahora, pero quizá habría que atribuirlo, no a méritos propios, sino precisamente a la escasa participación, que ha otorgado valor mayor a los sufragios pro independencia.

Así que el independentismo no tendría que sacar tanto pecho, desde mi punto de vista.

 

A eso añado otra consideración: que, según algunos estudios, el uso social de la lengua catalana se ha estancado. Se trata de una realidad poco conocida.

Según un análisis de Miquel Porta Perales, crítico y escritor, el uso social del catalán en Cataluña recula y se estanca, como señalan las encuestas (IDESCAT y Plataforma per la Llengua).

Si –según dice el nacionalismo– la lengua catalana es el fundamento de la identidad “propia” catalana, si la lengua catalana está estancada, ¿qué futuro hay para la identidad “propia” de Cataluña?

El parón ocurre a pesar de 37 años de normalización e inmersión lingüística, de 26 años de reiterados incumplimientos de las resoluciones de los altos Tribunales (Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo y TSJ de Cataluña), del incumplimiento de la Ley Wert, de las multas por no rotular “al menos” en catalán, de las campañas de promoción…

¿Por qué sucede eso?, se pregunta Porta Perales. Porque la política lingüística de la Generalitat -responde- ha creado anticuerpos; porque el catalán se ha latinizado; porque no es ni mucho menos la lengua de acogida e integración por excelencia; porque la coacción y la sustitución lingüística han fracasado. Porque el nacionalismo catalán, en fin, ha sido incapaz de entender, entre otras cuestiones, por qué se elige una u otra lengua y cuál es la relación entre lengua e identidad.

La lengua común no es el catalán, sino la lengua española. ¿Por qué? Porque así lo ha querido la ciudadanía catalana.

El nacionalismo catalán teme, en efecto, que el estancamiento del catalán conlleve la desnacionalización de Cataluña. Teme que devenga en una lengua regional o un patois. O que desaparezca, como señala una parte importante del nacionalismo, que habla de la “emergencia lingüística” en que se encontraría hoy la lengua catalana.

En realidad, no existe la “emergencia lingüística”, porque el catalán cumple los requisitos de subsistencia de una lengua. Pero el nacionalismo insiste en el victimismo de la desaparición próxima si se abandona la inmersión y normalización lingüísticas. De ahí la negación del español como lengua vehicular en la escuela y la marginación del español en la Administración.

Vistas estas y otras debilidades, a lo mejor el nacionalismo no es tan de temer como creemos. A lo mejor.

editor@elconfidencialdigital.com

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