José Apezarena

No, la reina no se va

Periódicos, radios y televisiones del mundo entero entraron en situación de alerta ayer, a primera hora de la mañana, tras un inesperado anuncio de Buckingham Palace: la Casa Real había convocado al personal de los palacios reales (Buckingham, Windsor y Balmoral) para una comunicación.

Las webs de todos los países centraron sus portadas en la noticia, y comenzaron las especulaciones sobre cuál sería el objeto de esa llamada. Circularon multitud de hipótesis, desde el anuncio de una abdicación por parte de la soberana, a la notificación del fallecimiento de algún miembro de la familia real, incluso de un nuevo matrimonio principesco...

Al final, aquella alarma quedó casi en nada, porque lo que se anunció fue que el marido de la reina, Felipe de Edimburgo, se retirará de la vida pública a partir del otoño. Es decir, que dejará de asistir a actos oficiales y protocolarios acompañando a su mujer, como ha cumplido durante más de sesenta años. Por dar una idea del nivel de actividad, su agenda reciente incluía más de dos centenares de actos al año.

Dada la aparatosidad de la escenificación, no faltaron quienes apuntaron que la Casa Real estaba "estrenando" el procedimiento a poner en marcha en su día, si fuera preciso notificar el fallecimiento de la soberana, aunque ella, a sus 91 años, parece llevar camino de imitar los 101 su madre.

La retirada del duque de Edimburgo (95 años) se ha relacionado también con algunos leves achaques de salud padecidos recientemente, no graves. Y sobre todo con un comentario reciente en el que reconocía que estaba sufriendo problemas "de memoria".

De todo este episodio de ayer, lo que quedó meridianamente claro es que Isabel II no tiene la menor intención de abdicar. La reina sigue.

Continúa, en primer lugar, porque ella es firme partidaria de cumplir las reglas primigenias de las monarquías, según las cuales los reyes solo cesan por fallecimiento, de forma que se cumpla el principio "a rey muerto, rey puesto". Nada de abdicaciones.

También, aunque no haría falta ya este argumento, porque no tiene ninguna gana de que su hijo Carlos (68 años) ciña la corona. No muestra mucha confianza en las capacidades y virtudes del primogénito, y sabe que su popularidad ha sufrido graves altibajos; así que, cuanto más se retrase la previsión sucesoria, mejor. Eso sí, por lo dicho antes, de ninguna manera consentirá que se produzca un salto generacional para que reine su nieto Guillermo. El mandato institucional es que, si su madre fallece, Carlos ocupe el trono.

Y hay una tercera razón de conveniencia de su continuidad, que haría aún menos falta que la anterior, pero que también aparece ahí: la Inglaterra del Brexit no está para cambios bruscos, y menos aún del estilo de un relevo en la Jefatura del Estado.

 

En fin, lo dicho: que la reina no se va.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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