José Apezarena

Dos reyes y dos reinas con Rubalcaba

Alfredo Pérez Rubalcaba en el Congreso de los Diputados.
Alfredo Pérez Rubalcaba en el Congreso de los Diputados.

Aparte del intento golpista del 23-F, el momento más delicado, incluso peligroso, que ha vivido la monarquía en España fue el trance de la abdicación de don Juan Carlos y la proclamación de su hijo como Felipe VI.

El rey Juan Carlos sabía muy bien que, cuando llegara, el momento de la sucesión iba a ser trascendental para la institución, porque significaba intentar trasvasar a otra persona, su hijo, la historia y autoridad acumulada por él mismo desde que llegó al trono en 1975.

Calculaba que eso ocurriría después de su fallecimiento, momento en el que se trataría de aplicar, de forma mecánica, un automatismo previsto en la Constitución de 1978, formulado en el famoso “a rey muerto, rey puesto”.

Con lo que no contaba don Juan Carlos era con que tuviera que protagonizar una sucesión anticipada. No imaginó que el relevo llegaría antes, como consecuencia de delicados sucesos que afectaban a su persona y a la institución.

La cacería de Botsuana y los secretos que sacó a la luz pública, la agonía del ‘caso Urdangarín’, acompañado por la imputación de una infanta de España, el derrumbe de la valoración de la monarquía, todo ello sumado a su propia situación personal, convertido prácticamente en un inválido, le llevaron a asumir la necesidad, y hasta la urgencia, de una retirada, como recurso, casi a la desesperada, para salvar la institución. Así estaban entonces las cosas.

Un trámite de tales características requería el visto bueno de las Cortes, que tendrían que validar los pasos legales exigidos, es decir, la renuncia del hasta entonces rey y la proclamación de su hijo Felipe. Y ese visto bueno implicaba el voto favorable de los dos principales partidos, PP y PSOE, que en ese momento acumulaban prácticamente el 90% de las dos Cámaras.

Pero existía un problema delicado. El PSOE había entrado en fase de cambio de liderazgo, con la anunciada retirada de Alfredo Pérez Rubalcaba de la secretaría general. El partido estaba convulsionado, dividido, y en esa coyuntura no era seguro que sus diputados votaran en bloque la sucesión.

Fue el momento en el que Rubalcaba decidió aplazar su adiós, para continuar al frente del PSOE el tiempo necesario para garantizar que sus representantes respaldarían el cambio de rey, como así ocurrió.

En La Zarzuela lo pasaron francamente mal aquellos días y semanas. No respiraron hasta que vieron que, en efecto, la sucesión salía adelante sin graves perturbaciones. Desde entonces han pasado cinco años.

 

Los reyes no siempre saben agradecer los servicios que les prestan. La historia reciente de España ofrece unos cuantos ejemplos de esa ingratitud hacia personajes concretos, entre los que habría que citar, en su día, al mismísimo Adolfo Suárez, sin olvidar a Sabino Fernández Campo, entre otros.

No ha ocurrido eso con Alfredo Pérez Rubalcaba, porque en La Zarzuela saben lo que hizo para asegurar una tranquila sucesión dinástica.

Ese agradecimiento aparece detrás de la doble visita real a la capilla ardiente del fallecido político socialista, en el Congreso de los Diputados. Primero, los reyes, don Felipe y doña Letizia. Al día siguiente, los reyes eméritos, don Juan Carlos y doña Sofía, que rezaron ante el féretro.

Los dos reyes y las dos reinas fueron a decir a Alfredo Pérez Rubalcaba: no lo hemos olvidado. Estamos agradecidos.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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