José Apezarena

Salvar (como sea) al soldado Ábalos

Puesto de control policial en el aeropuerto de Barajas.
Puesto de control policial en el aeropuerto de Barajas.

El aparato del Gobierno y del partido socialista se movilizaron a tope para salvar la cabeza de José Luis Ábalos, en grave peligro por sus fallos a propósito de su protagonismo durante la estancia en Barajas de la vicepresidenta de Maduro.

El ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (antes, simplemente de Fomento) armó un lío gordo a propósito de su papel en el caso Delcy Rodríguez.

Primero reaccionó desabridamente, con malos modos, cuando le preguntaron. Y después mintió varias veces, en sucesivas versiones sobre el qué, el cuándo, el cómo y el porqué de su entrevista con la, al parecer, indeseada visitante.

Ábalos no dio, en fin, la talla como político, y puso al propio Gobierno en un aprieto, del que, por cierto, aún no ha salido. Le espera una comisión de investigación que van a promover PP y Ciudadanos y, muy previsiblemente (salvo que alguien las borre 'inadvertidamente' estos días) la visualización pública de las grabaciones tomadas en el aeropuerto durante la permanencia de Delcy Rodríguez, incluyendo entradas y salidas del propio Ábalos.

La sorprendente en su caso es que hay personajes próximos al PSOE que lo consideran el cerebro del partido, y casi lo equiparan con el desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba. ¡Mucho parece!

El propio Pedro Sánchez tuvo que salir en defensa de su hombre en Ferraz, fabricando para ello el mensaje de que Ábalos se había encontrado con Delcy Rodríguez “para evitar un conflicto diplomático” con los socios de la UE, y que, haciéndolo, “había prestado un servicio al país”. 

Esa fue la consigna que repitieron a coro todos los portavoces gubernamentales, incluyendo la ministra de Exteriores, Arantxa González Naya, y hasta el de Sanidad, Salvador Illa. Había un objetivo común: salvar al soldado Ábalos.

En este momento, el balance es que el ministro de Transportes, y secretario de organización del PSOE, ha quedado tocado, pero que en principio la cosa no irá a más porque sigue bajo el paraguas protector del jefe, de Sánchez (antes, Pedro Sánchez).

Pero lo tuvo crudo durante unas horas. Fue cuando el todopoderoso director del gabinete de Moncloa, Iván Redondo, planteó al presidente que cesara al ministro Ábalos por el daño que su peripecia estaba causando el Gobierno en su conjunto.

 

Se recordaron entonces los casos de Máxim Huerta y Carmen Montón, defenestrados a los pocos días o semanas de ser nombrados ministros.

El cese no se produjo, pero el intento de Iván Redondo llegó a oídos del afectado, que no se pudo aguantar. En uno de esos arranques de ira que empieza a dejar ver (como ocurrió la primera vez que le preguntaron por Delcy Rodríguez), aprovechó un acto de partido para devolvérsela a Iván Redondo.

Fue cuando dijo eso de "a mí no me echa nadie". Un desafío del gallito de Ferraz al hombre fuerte del aparato de Moncloa, el que había intentado 'echarle'.

Y a continuación fue un poco más allá. Acusó a Iván Redondo poco menos que de arribista, de oportunista, cuando arremetió contra los que -dijo- "están de paso en la política". No pronunció su nombre, pero todos le entendieron.

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