José Apezarena

El Senado lo tiene bastante mal para sobrevivir y no me extraña

Pleno del Senado.
Pleno del Senado.

El Senado, mejor dicho, la propia existencia del Senado, se ha convertido en una de las disyuntivas políticas del momento.

Desde el Gobierno de Pedro Sánchez, con la entusiasta complicidad de su socio principal, Podemos, acaban de plantearse cómo saltar por encima de la Cámara Alta en el caso del techo de gasto.

El objetivo inmediato es que no intervenga en el debate y aprobación, para de esa manera agilizar el visto bueno definitivo sin que se produzcan retrasos.

No les va a ser fácil, porque ese intento necesitará antes el visto bueno del Congreso de los Diputados e incluso pasar por el propio Senado.

El problema de fondo es que la llamada Cámara Alta está cuestionada, no solo políticamente, sino también socialmente. En la opinión se ha instalado el convencimiento de que "no sirve para nada". Y eso no favorece en absoluto que siga existiendo.

El Senado se incluyó en la Constitución del 78 por razones históricas y de costumbre, por seguir la tradición bicameral en España. Se entendió entonces como una cámara de segunda lectura, una especie de seguro para, si hiciera falta, rectificar algún fallo cometido en el Congreso.

En la práctica, sin embargo, el poder reside en el Congreso de los Diputados, que al final tiene la decisión.

Solamente en alguna cuestión aislada, aunque no por ello menos importante, ostenta un papel prioritario, como ocurre, por ejemplo, con la decisión de aplicar el artículo 155 a una Comunidad Autónoma rebelde, previsión que se ha cumplido, por vez primera, en el caso de Cataluña.

Ocurre, además, que todas las propuestas e intentos de convertir el Senado en una verdadera "cámara territorial" han quedado al final en nada.

 

Así que el futuro del Senado, su pervivencia, puede estar en el alero. Por mi parte, tampoco pondría yo grandes pegas a que desapareciera. Al menos con su actual configuración y capacidades.

Dicho lo cual, lo que no parece de recibo es que el objetivo de acabar con él provenga de un simple interés de partido, de uno o unos partidos concretos, a partir de un argumento demasiado elemental: como ahora me es incómodo, me lo cargo. Sin más razonamientos de fondo. Así no se hacen las cosas.

El Senado figura en la Constitución. Por tanto, su desaparición precisa una reforma de la Carta Magna. La cual requeriría un apoyo cualificado, un consenso que en estos momentos, mirando al panorama político, no veo por ningún lado.

Voy un poco más allá. Me extrañaría mucho que al final los partidos optaran de verdad por la desaparición de la Cámara Alta, a pesar de su aparente inutilidad. Es que el Senado se ha convertido en un estupendo refugio para políticos caducados y aparcados, en un retiro dorado, bien pagado y con poco trabajo. Y no creo que renuncien voluntariamente a semejante bicoca.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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