José Apezarena

Por qué no soy monárquico

Felipe VI impone el Toisón de Oro a la princesa Leonor.
Felipe VI impone el Toisón de Oro a la princesa Leonor.

“¿Por qué es el ser y no más bien la nada?”. Se trata de una clásica cuestión filosófica, formulada sobre todo por Heidegger y antes por Leibniz, considerada por algunos la pregunta fundamental de la filosofía.

Me venía a la cabeza esa formulación cuando me he planteado reflexionar sobre monarquía y república, lo que me ha conducido a este interrogante: ¿Por qué la república?

Los críticos con la monarquía manejan, entre sus argumentos básicos, que las monarquías son instituciones “antiguas”, algo que las descalificaría automáticamente. Pero también la república es “antigua”. No es de ahora. Baste recordar la república de Roma.

Y, en esa misma línea, la propia democracia es igualmente muy antigua, pero por eso no se convierte en inútil o desaconsejable. Recordemos la democracia griega.

Algunos ponen el acento en que no nos han “preguntado” a los españoles por esa cuestión, que no hemos votado si queríamos o no la monarquía.

Tal afirmación no es cierta, porque los españoles votamos la monarquía cuando aprobamos la Constitución de 1978.

Y, si se pone el acento, en que en este caso no vale, entonces ¿por qué va a valer para el resto de contenidos de la Carta Magna? Porque tampoco nos “preguntaron”, en concreto, si queríamos que hubiera democracia, que existieran partidos y sindicatos, jueces y tribunales, fuerzas armadas, que tuviéramos el Congreso y el Senado, no nos consultaron si queríamos un estado autonómico… y todas las demás cosas.

Si sacamos la monarquía de lo aprobado en referéndum por los españoles, ¿por qué no sacar de la Constitución otras partes, o incluso todo?

Otra línea argumental se centra en la superioridad de la república como tal. Pero la consideración de república, para describir o definir un país o un régimen, no es sinónimo de garantías democráticas. Ni mucho menos.

 

Se conocen demasiadas repúblicas que han sido o son en realidad tiranías. Por citar un solo ejemplo, las que formaron la URSS, casi todas ellas calificadas, sarcásticamente, como “repúblicas democráticas”. Sin olvidar tantas naciones que hoy merecen el calificativo de “repúblicas bananeras”.

Así que parece que el ser una república no garantiza, sin más, nada. Las hay de todos los colores y pelajes.

Al mismo tiempo, nueve de los países más avanzados, ricos y democráticos del mundo son monarquías. No hace falta citar los nombres, porque son bien conocidos.

Si nos fijamos en la historia de España, la realidad es que los dos experimentos republicanos que hemos vivido han acabado en fracaso. No son un buen precedente.

Se suele afirmar que el socialismo español es republicano por naturaleza. No es exacto. Llegó ahí por circunstancias históricas. El socialismo era accidentalista respecto a la forma de Estado, y se inclinó por la república porque la monarquía no garantizaba la democracia. He escuchado a destacados socialistas afirmar: Cuando entonces decíamos república, queríamos decir democracia.

¿Ofrece alguna utilidad especial la monarquía? Una muy destacada: es garante de la unidad de España. Lo cual no constituye pequeña cualidad. Por eso mismo, el independentismo de todos los colores le ha declarado la guerra: es su primer enemigo.

Hablando de socialistas, más de una vez he escuchado a alguno de sus principales dirigentes este comentario: si en España se proclama la república, inmediatamente se separarán catalanes y vascos. Como hicieron con la república las dos veces anteriores.

Acepto, ¡faltaría más!, que haya quien defienda la república como forma de Estado basándose en convicciones filosóficas, políticas e incluso estéticas. Está en su derecho, y hasta es su obligación hacerlo, si ha de mostrarse consecuente consigo mismo.

Pero, a la vez, me desazona y me entristece que buena parte de quienes hoy en España promueven la república, como ocurre con Pablo Iglesias y Podemos, y con otras formaciones de izquierda y aun de izquierda extrema, lo que propugnan es la república de 1936. Aquel régimen desmadrado, derrotado en la guerra civil, que, ochenta años después, y a estas alturas del siglo XXI, pretenden resucitar, casi como si se tratara de una revancha.

Aunque pueda parecer un sarcasmo, o una ‘boutade’, sobre todo teniendo en cuenta los libros que he escrito, yo no me considero monárquico. No lo soy por origen, ni por familia, ni por sentimientos. Y casi ni siquiera por reflexión.

Como los viejos socialistas a los que me he referido, soy también “accidentalista”. Me importan las realidades, los hechos, más que las formas. Y en este caso, la monarquía que tenemos en España es, por supuesto, democrática y útil al país. Más allá de defectos, que los hay, y de errores, que se han cometido, y graves, como se está conociendo ahora en el caso de Juan Carlos I.

Yo no soy monárquico. Lo soy de ‘esta’ monarquía y en este momento de España.

Por cierto, y lo cito de pasada. El ex presidente francés Nicolás Sarkozy se ha sentado esta semana en el banquillo, acusado de corrupción y tráfico de influencias en el primero de los casos que tiene pendientes.

El asunto salió a la luz a raíz de unas escuchas telefónicas en el marco de una investigación sobre financiación libia de la campaña que le llevó al Elíseo en 2007. Se enfrenta a una pena de 10 años de cárcel y un millón de euros de sanción.

Nunca antes, en 60 años, se había sentado en el banquillo a un ex jefe de Estado. Su antecesor, Jacques Chirac, fue juzgado y condenado en 2011 a dos años de prisión por malversación de fondos, aunque debido a su delicado estado de salud no compareció ante los jueces.

Y nadie allí ha puesto en cuestión la República Francesa como tal.

Un último añadido. Me temo que este blog, tan largo además, no va a gustar mucho en ciertos entornos políticos. Paciencia.

editor@elconfidencialdigital.com

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