José Apezarena

¿Y Pablo Casado, qué?

Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado y Martínez Almeida tras las elecciones municipales
Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado y Martínez Almeida tras las elecciones municipales

La credibilidad del CIS de Tezanos es cercana a cero, a pesar de lo cual sigue realizando trabajos, porque en algo tiene que gastar el dinero que le adjudican los presupuestos del Estado.

No obstante, conviene estar al corriente de los datos que maneja, no tanto porque en ellos se muestre lo que pasa, sino más bien porque exponen qué realidad quiere el Gobierno que exista. El CIS refleja los deseos ocultos de Pedro Sánchez. Y ahí puede existir algún motivo de interés: conocer “qué quiere el líder que ocurra”. Y Tezanos lo cocina.

El último barómetro del CIS dice que el PSOE sigue creciendo en intención de voto, al pasar del 30,4% hace un mes al 30,9% ahora, y que aumenta la distancia respecto al Partido Popular, que baja del 19,9% al 18,9%%, con lo que la brecha es de 12 puntos, cuando el 10-N quedó en poco más del 7%.

Pero, como parece obvio, prácticamente nada de lo que publica el Centro tiene el menor valor de veracidad.

Encuestas al margen, podría afirmarse que, para Pablo Casado, este es uno de los peores momentos de su recorrido político como líder de la oposición. Acaban de celebrarse unas elecciones, y acaba de formarse el Gobierno, con las novedades que ello supone, de nuevos ministros, de nombramientos, y con los ministros que empiezan a adoptar medidas, provocando anuncios, planes, propuestas, que se convierten en noticia y ocupan aperturas y portadas.

Aún no ha llegado el momento, y tardará un tiempo, de empezar a hacer balance sobre la gestión del equipo ministerial, de los éxitos o fracasos de sus políticas, de la situación en que van colocando el país…

Además de la tarea diaria de desgaste y vigilancia, que no puede descuidar, a la oposición le corresponde quedar a la espera, aguardando el momento de poder criticar seriamente al actual Ejecutivo. Y, como resultado, de presentarse como una alternativa conveniente y necesaria.

Es un lugar común el principio de que, en España, las elecciones no las gana el partido aspirante sino que las pierde el Gobierno. Y casi siempre a la segunda: el propio Zapatero revalidó un segundo mandato.

Su momento llegará cuando se la pegue este Gobierno. Que, además, tiene muchas papeletas para ello. Porque le van a pasar factura las cesiones al independentismo, sus pactos con los herederos del terrorismo etarra (al que está blanqueando), pero singularmente la previsible crisis económica, animada por un plan de gastos ambiciosos sin garantía de ingresos, como consecuencia de lo cual los empresarios no crearán puestos de trabajo, aumentará el paro…

 

Sin olvidar, por supuesto, el riesgo probable de una traición de Pablo Iglesias en cualquier momento.

¿Que tiene que hacer Casado de aquí a entonces? Estar ahí y no desentonar. Aguantar el tipo sin pretender aspiraciones inmediatas. Y, como ya escribí en otro momento, dedicarse a construir.

En efecto, le aconsejé que tuviera la paciencia necesaria para no desgastar fuerzas centrándose en el pasado, y, por el contrario, dedicarse a articular una oferta que gane los votos por sus propuestas y no por sus críticas. Es más lento, más trabajoso, más difícil, requiere imaginación, ideas, y también acertar. Pero seguramente no le queda más remedio.

Casado es un líder con fundamentos, con principios, algo que el pragmático Rajoy olvidó (y bien caro lo pagaron él y su partido), y también con capacidades para construir un liderazgo sólido. Y puede decirse que el tiempo de espera que le aguarda hasta le vendrá bien para asentar definitivamente ese liderazgo, superando coyunturas de todo tipo, incluida la rebelión en el País Vasco de un Alfonso Alonso que ya se sabía condenado y que por eso escenificó el plante.

Y, como esa, habrá otras batallas parecidas, con las que construir un nuevo partido, tarea imprescindible que permita pasar página a los malos años pasados, sobre todo por la corrupción.

Tiempo de paciencia, pues. De construir. Y, en lo posible, de no meter mucho la pata.

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