José Apezarena

Basura

Cuando éramos pequeños nos explicaban que con la fama ajena no se debe jugar porque, si se le causa alguna merma, resulta imposible repararlo del todo. Añadían una comparación, por otro lado muy clásica: ocurre como con el agua derramada, que, una vez en el suelo, por mucho que nos esforcemos nunca se logra recoger del todo. Así con la fama.

¿A qué viene proemio tan especioso? A un caso reciente muy preciso, pero también a la atmósfera social que padecemos hoy es este país nuestro.

El suceso concreto es la acusación al marido de Manuela Carmena, candidata de Ahora Madrid (considerada la marca oculta de Podemos) al ayuntamiento de la capital. Un personaje, por cierto, al que no conozco de nada y que traigo a colación simplemente como ejemplo clarificador.

Resumiendo mucho, se ha denunciado públicamente que el marido, Eduardo Leira, arquitecto y dueño de un estudio de arquitectura, dejó de pagar a los empleados porque primero les obligó a hacerse autónomos, después a bajarse de categoría, y al final no les abonó el sueldo durante siete meses. Los afectados pleitearon, al principio ganaron, pero después perdieron dado que Leira había pasado todos sus bienes a Manuela Carmena porque tenía que pagar un crédito a Bankia. Y entonces la acusación ha sido de alzamiento de bienes.

La candidata de Ahora Madrid ha salido a responder, a dar explicaciones, diciendo que la empresa de arquitectura de su marido está en concurso de acreedores, y que la Justicia ya ha resuelto que no existió alzamiento de bienes.

No pretendo entrar en el caso concreto sino apuntar una reflexión más de fondo, que puede resumirse así: tenga o no tenga fundamento lo acusación, ahora ya va a dar igual, porque el marido de Manuela Carmena ha quedado marcado, por no decir manchado, de forma casi irremediable.

Es exactamente lo mismo que les sucede a todos aquellos que, con fundamento o no, han aparecido relacionados con algún asunto oscuro, sospechoso o irregular.

En este país se ha impuesto la mentalidad de que, si una persona se ve vinculada a algún escándalo, sin más pruebas ni averiguaciones se concluye que "algo hay". Y queda sentenciado. Manda la presunción de culpabilidad, frente a la presunción de inocencia.

Entiendo que tal psicosis proviene de la superabundante racha de corrupciones y delitos que estamos sufriendo, pero no deja de constituir una enorme injusticia social y hasta una lacra individual.

 

Aquí, de entrada se condena, recurriendo a un malévolo "algo habrá", que lamentablemente recuerda episodios vergonzosos en relación con ETA. Remite, por paralelismo, a aquellos tiempos en los que, cuando se producía un atentado, el comentario inmediato y habitual entre la población del País Vasco sobre la víctima era: "Algo habrá hecho". Y ya está. Ahora tantos se arrepienten de aquella villanía, pero es lo que ocurrió durante años.

Al margen del caso concreto de Manuela Carmena, del que no conozco todos los detalles y que ha traído a colación únicamente como ejemplo actual, denuncio y lamento que hoy la primera reacción sea la sospecha, cuando no la condena, sin esperar más.

Es síntoma de que nos encontramos en una sociedad muy enferma.

editor@elconfidencialdigital.com

Twitter: @JoseApezarena

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