José Apezarena

Soluciones para no tener que cambiar los nombres de las calles

La pulsión revanchista de querer cambiar el nombre de las calles causa no pocos disgustos, a diversos niveles. A quienes lo practican, porque suelen pagar un precio ante una parte de la opinión pública. A quienes son partidarios, amigos o simpatizantes de los represaliados, por el disgusto de asistir a la retirada de las placas. Pero también a los ciudadanos y a las arcas públicas.

En efecto, la alteración del callejero obliga al ayuntamiento concernido a trabajos de retirada de rótulos, de confección de otros nuevos, su colocación... Lo que provoca gastos en materiales y jornadas de trabajo de los operarios.

Se ven igualmente perjudicados los residentes en las calles modificadas, pero sobre todo los establecimientos y las empresas radicadas allí, obligados a modificar la dirección en impresos, carteles y publicidad, y también a notificar las nuevas señas a clientes y amigos. Además de las molestias, todo eso significa gastos.

Así que habría que intentar buscar soluciones para que las alteraciones del callejero, si siguen produciéndose, como ahora pretenden en el Madrid de Manuela Carmena, provoquen las mínimas molestias.

Una posible solución es lo que encontró una conocida ciudad gallega. Tenía una plaza que dedicaba sucesivamente a las distintas constituciones que iban entrando en vigor. A la vista de que había ir cambiando los rótulos con cada nueva ley, optaron por llamarle simplemente "Plaza de la Constitución", sin más precisiones, de forma que resulte válido para la vigente y para todas las que puedan llegar.

Un viejo amigo me sugiere otra posible solución, aunque en este caso ya en clave de humor. Su propuesta es colocar en la placa de la calle el nombre del personaje afectado, sea un político, un militar, un alcalde, un artista... y a la vez un añadido movible, que se utilizará en caso de cambio de régimen.

Una de las caras del añadido podría decir "el honorable", "el magnífico" o adjetivos semejantes, utilizables para el caso de que el susodicho esté bien visto por la ideología o partido dominante. El reverso debería decir lo contrario algo así como "el despreciable", "el abominable" o expresión similar, para el supuesto de que merezca la animadversión y el rechazo de quienes mandan en ese momento.

Cada vez que se produjera un vuelco ideológico, bastaría con volver del revés lo que hasta ese momento aparecía como enfoque admitido, positivo o negativo. Se darían la vuelta a todos los rótulos, para así cambiar las valoraciones de amigo o enemigo.

Donde se lea "Calle del honorable Fulano de Tal" pasará a verse "Calle del despreciable Fulano de Tal". Y a la inversa.

 

Es un modo de tomarse a broma la incomprensible actitud de revisionismo histórico que se está viviendo con los nuevos gobiernos populistas. Algo que, además, resulta especialmente dramático cuando lo que se pretende es volver a plantear los sucesos de la guerra civil. Ese conflicto vergonzoso que ocurrió ¡hace ochenta años!

editor@elconfidencialdigital.com

Twitter: @JoseApezarena

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