Pero, ¿cabemos todos en el mundo?

Los pesimistas y agoreros han saltado a las plazas públicas para proclamar el próximo desastre de un planeta superpoblado y por lo tanto hambriento.

Hay que decir, para empezar, que la Tierra está vacía. Como suena: vacía. No es preciso marchar muy lejos, ni caminar demasiado, para comprobarlo.

O sea, que por espacio que no quede.

Vamos con los alimentos, porque está en los periódicos la noticia de que Europa estudia cómo reducir las miles de toneladas de alimentos que se tiran cada año.

Anualmente se pierde hasta el 50% de alimentos sanos y comestibles a lo largo de los distintos pasos de la cadena agroalimentaria. En Gran Bretaña se tiran 484 millones de yogures sin abrir, 1,6 billones de manzanas sin comer y 2,6 billones de rebanadas de pan.

Los consumidores creen que el porcentaje de lo que tiran es del 4%, cuando en realidad alcanza casi el 20%.

Hace unas décadas, si el pan se ponía duro, se echaba a la sopa, se rallaba para un rebozado, se hacían tostadas, o se confeccionaban unas migas. Ahora, una barra de pan que no se consume en el día suele acabar en el cubo de los desperdicios.

En la UE se tiran cada año tres millones de toneladas de pan, por el simple hecho de que se hornea un 20% pensando que no hay peor publicidad que una estantería vacía.

Los alimentos desechados en Europa suponen más de 89 millones de toneladas. Y esto sólo en el Viejo Continente.

 

Y, al mismo tiempo, el número de habitantes de la Tierra hambrientos supera los mil millones.

Alimentos hay, y podría haber muchísimo más. Ahí no está el problema tampoco.

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