José Apezarena

De conspiraciones y traiciones en el PP

El 22 de julio del año 2000, José Luis Rodríguez Zapatero derrotó, por solo nueve votos de diferencia, a un todopoderoso José Bono, convirtiéndose en nuevo, y sorprendente, secretario general del PSOE. Cuatro años después, llegaría a presidente del Gobierno.

La victoria de un hasta entonces desconocido diputado (no había protagonizado ninguna intervención o iniciativa en el Congreso), derrotando al aparato del partido, que en principio controlaba Bono, se produjo por la ‘traición’ del PSC, que en el último minuto cambió de bando y con ello propició la nominación de Zapatero.

Fue un momento trágico para la historia reciente de España por sus consecuencias. A cambio, el nuevo líder del PSOE (y futuro presidente del Gobierno) contrajo una deuda de sangre con los socialistas catalanes, de donde derivó el famoso “aprobaré lo que me llegue de Cataluña”. Y llegó un Estatuto inviable.

El frenazo, a través del Tribunal Constitucional, de un texto que antes había sido aprobado por los catalanes en referéndum, celebrado en 2006, es uno de los pilares básicos del trágico desaguisado que se vive en Cataluña.

Lo ocurrido en el 35 congreso del PSOE puede servir de antecedente para dibujar los escenarios que afronta ahora el Partido Popular, en su desafío de elegir un nuevo presidente que sustituya al dimitido, y desaparecido, Mariano Rajoy.

Apuntan los expertos que, en el proceso de primarias, al que están llamados todos los afiliados al corriente del pago de la cuota, participarán en torno a 20.000 militantes, de los 800.000 que, según datos internos, integran el partido. Una cifra francamente baja, la verdad. No obstante, se entiende que se trata de los que se muestran interesados en decidir quién presidirá su partido.

Un primer escenario es que los afiliados voten mayoritariamente, más del 50%, a uno de los candidatos que ya están en campaña. En ese caso, el nominado se convertirá, sin más trámites, en presidente del PP.

Tal hipótesis, es decir que la mitad del personal se incline por uno de los aspirantes, resulta en principio bastante improbable. Salvo sorpresa mayúscula.

Más normal parece que la decisión última quede en manos de los compromisarios. Y aquí los sustos resultan, en principio, menos previsibles. Porque entran en funcionamiento los aparatos regionales y locales, controlados por unos y por otros, y que en principio parece que ya están alineados.

 

Se están librando, pues, dos batallas distintas dentro del PP.  La que más se ve es la enfocada hacía las bases, a los militantes: la actividad desarrollada por los candidatos en busca de convencer a los afiliados para les voten en la llamada primera vuelta.

Por cierto, que la movilización que están protagonizando los aspirantes, sus campañas de acá para allá, le puede venir bien al partido, desde el punto de vista electoral. Porque lo enciende, lo moviliza, lo activa, y le saca de un letargo de siete años. Algo que le ayudaría a afrontar de otro modo el desafío de los comicios locales y autonómicos de 2019, pero sobre todo las generales de 2020.

La segunda confrontación es la que se viene dando en los despachos, con las reuniones, los teléfonos, los whatsapps, los mails… dirigida a los líderes regionales del partido, con objeto de asegurarse compromisarios para la votación siguiente, en principio la decisiva. Es la hora de las negociaciones, las promesas, los juramentos… Y de las contrapartidas: qué me das a cambio de que te voten las gentes que yo controlo.

Los encuentros se están celebrando, y el recuento de apoyos por regiones no es todavía definitivo. Hay que suponer, sin embargo que, de aquí el 20-21 de julio, todo quedará pactado. Y habrá entonces una previsión aproximada de cuál pueda ser el resultado del congreso extraordinario.

No faltan quienes empiezan a denunciar el “riesgo” de que el voto de los compromisarios contradiga el veredicto previo que formulen los militantes. O sea, que la opinión de las bases no se vea respetada por las delegaciones regionales. Aunque da la impresión de que es un ponerse la venda antes de la herida.

Es posible que lleguemos a los días del cónclave con las cuentas hechas. Sin embargo, me remito a aquel 35 congreso del PSOE, cuando todos los cálculos –favorables a José Bono- saltaron por los aires por el cambio de voto de una porción del partido.

No están, pues, las cartas dadas ni la partida jugada definitivamente. Faltan hasta entonces muchas conspiraciones y no hay que descartar también las traiciones. Incluso de última hora. No hay que extrañarse demasiado. Es lo que pasa en los partidos.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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