De los culiparlantes y los pancarteros
La palabra castellana ‘parlamento’, para designar a las cámaras legislativas, tiene su enjundia y su porqué. Quiere significar, y significa, que en esas sagradas instancias la herramienta es la palabra.
La tradición política europea de congresos y senados, en los distintos países, es que su modo de trabajar es verbal. Los procedimientos se concretan en discursos, debates y confrontaciones dialécticas, es decir, en el manejo y uso de la palabra.
Por eso, uno de los peores calificativos que se han dirigido hacia nuestros legisladores, diputados y senadores, es la despectiva palabra ‘culiparlantes’.
La expresión, muy gráfica por otra parte, pretende denunciar que gran parte de los parlamentarios lo único que han utilizado intensamente como tales es el culo, con perdón.
O sea, que se han mantenido atornillados indefinidamente en su escaño, sin que jamás se hayan levantado para ofrecer unas palabras en público.
Su actividad, en fin, se ha reducido a pulsar el botón en las votaciones, siguiendo sumisamente la consigna del jefe de grupo.
Ahora cabría estrenar otro calificativo, ‘pancarteros’, a la vista del irregular comportamiento de los diputados de Izquierda Unida en el Pleno del miércoles, poniéndose en pie y enarbolando pasquines y carteles contra la reforma laboral.
No estaría de más recordar a los alborotadores que su herramienta es la palabra, el razonamiento, el discurso, y no la algarada y la manifestación.
Si tienen razones y argumentos, expóngalos de viva voz, defiéndanlos y convenzan al resto de la Cámara. Y, si no logran esto último, quédense tranquilos, porque así funcionan los parlamentos y las mayorías.
Y dejen de actuar como hooligans, porque no lo son: son diputados del Reino de España.
Así que, por propia autoestima, por respeto al Congreso como tal, por consideración con los ciudadanos, deben limitar los mítines a la calle. Y dejarán, así, de comportarse como pancarteros.
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