La huida de Elena Valenciano

Un amigo mío, periodista, presume de tener en Twitter setenta mil seguidores. Y encima es verdad.

Aparte de que es un personaje con cierta notoriedad en los medios, para explicar cómo ha conseguido tan elevada cifra, cuenta que, además de alimentar la cuenta a lo largo del día, sobre todo procura contestar a todos los que le escriben: piensa que eso fideliza mucho a los seguidores.

Y también relata que él nunca responde a quienes le vapulean e insultan, que los hay. Reconoce que, por supuesto, recibe ataques y descalificaciones, aunque explica que son menos de 5 por ciento de los mensajes. Que ya son muchos, la verdad.

Su sistema es no hacer el menor caso a los insultadores. Opina que darse por aludido y reaccionar es precisamente lo que buscan los provocadores, que así logran un pequeño triunfo y se salen con la suya. En caso contrario, ante la indiferencia, se cansan.

Me ha acordado de ese amigo, y de su actitud respecto a los vándalos de Twitter, a propósito de la decisión de Elena Valenciano de abandonar esa red por el acoso a sus hijos y por los insultados que estaba recibiendo.

Le entiendo, comprendo y hasta apoyo la decisión de la dirigente socialista. Y sin embargo pienso que la solución no debe ir por ahí. Si se abandona, los desalmados han conseguido su propósito.

Tampoco tengo muy claro cuál es el remedio, la fórmula para evitar situaciones así, pero creo que la línea tiene que estar más bien en la dirección de lo que hace mi amigo tuitero. Él resume su planteamiento diciendo que, si pasa por una calle, y alguien le insulta, lo normal es pasar del agresor, no hacerle mucho caso y continuar adelante.

De todas formas, y para alivio de todos, pienso que no tardará mucho tiempo para que existan herramientas técnicas que permitan localizar a los bárbaros, y normativa para poder actuar contra ellos.

 
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