La izquierda se avergonzará

Confieso que existen unos cuantos asuntos graves que me abochornan como ser humano. En los que, por supuesto, no tengo directamente nada que ver, pero ante los que me siento concernido en la medida en que formo parte de un colectivo llamado humanidad.

La pervivencia de la esclavitud, el holocausto, la guerra civil española, el terrorismo… son algunos de esos hitos que me producen sonrojo, insisto, como ser humano.

En la misma línea, no se me van de la cabeza, a pesar del transcurso del tiempo, dos impactantes visitas: al campo de concentración de Auswitch y al zulo subterráneo en el que el secuestrado Ortega Lara agonizó durante casi dos años.

Pues otra de las realidades que me abochornan, y ésta contemporánea, es la enormidad del aborto.

Y me deja más perplejo aún comprobar que es sobre todo desde la izquierda política desde donde se propugna con más furor una práctica del aborto con los menores límites posibles.

Que los socialistas, por citar una tendencia política, cuando se plantean un supuesto conflicto entre dos intereses, una madre y su hijo, opten por el más fuerte en detrimento del más débil, del indefenso, no casa con los presupuestos que habría que suponer en ese partido. Y, además, la opción lleva consigo la muerte del no nacido.

Ha causado escándalo, por cierto, estos días la idea de unos médicos italianos que proponen legalizar la muerte de niños ya nacidos en los mismos supuestos que con el aborto, argumentando que no existe gran diferencia entre ellos y los que están en el vientre de su madre, excepto que ha pasado un poco más de tiempo.

A lo que voy. Me resulta incomprensible que formaciones políticas en cuyo mapa genético aparece la defensa de los desheredados, la lucha por los débiles y marginados, opten por la muerte de los niños no nacidos.

Que se les mate sin más, sólo porque así lo ha decidido su madre, me parece aún mayor atrocidad porque, a estas alturas, los problemas que ese niño pudiera suponer para ella tienen solución, o bien médica o bien de apoyo social y humanitario.

 

La sociedad, y desde luego en España, tiene hoy resortes y capacidades para hacerse cargo de esos niños sin dejar que les condenen al matadero por no deseados.

Además, en un país envejecido, donde la natalidad anda por los suelos, parece aún mucho más incomprensible el recurso al aborto. Baste mirar a matrimonios y familias que, con enormes sacrificios, apuestan por adopciones que han de gestionar fuera de nuestras fronteras.

Un buen síntoma de fondo, de que algo puede cambiar, es que organizaciones ecologistas y conservacionistas están empezando a reaccionar frente a la contradicción que supone pelear por la salvación de determinadas especies y contra el maltrato a los animales, mientras se perpetra la muerte de seres humanos aún no nacidos.

Estoy convencido de que un día, y quizá sin tardar mucho, la humanidad reconsiderará a fondo la tolerancia con el aborto. Como ocurrió, por ejemplo, con la esclavitud. Y entonces se avergonzará de su historia.

En ese momento, los partidos que lo han implantado, que incluso han teorizado sobre supuestos derechos, como el llamado “derecho a decidir” de la madre, se avergonzarán. Y tal vez hasta pedirán perdón.

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