Un metro cuadrado para Rajoy en el Palacio Real

Asistí ayer, como otros años, a la recepción que, con motivo de la fiesta del 12 de Octubre, ofrecen los reyes en el Palacio Real. Pero esta vez ha sido distinta.

La diferencia no ha estado sólo en el diseño del acto, completamente diverso de ocasiones anteriores, obligada consecuencia de la lesión de don Juan Carlos en su pierna izquierda por mor de la intervención en el tendón de Aquiles.

Igual que en el desfile tuvo que sentarse mientras pasaban las unidades militares, esas dificultades del monarca para permanecer mucho tiempo en pie obligaron a omitir el tradicional besamanos en el salón del trono (la ‘cabezada’, como suelen llamarlo algunos periodistas), es decir, el saludo de cada uno de los presentes a la familia real.

En lugar de ese paseíllo, los asistentes estuvimos mezclados en los salones, hasta el momento en que aparecieron el rey, la reina, los príncipes y las infantas, quienes a continuación deambularon de grupo en grupo, escuchando aquí y allá, saludando a unos y otros.

La otra diferencia, y pienso que más relevante, ha sido el ‘tratamiento’ dado a Mariano Rajoy por gran parte de los concurrentes. Dicho pronto y rápido, casi todos ellos se comportaron como si ya tuviera asegurado que vaya a ser el próximo presidente del Gobierno. Y obraron en consecuencia.

Políticos, altos cargos judiciales, algunos hombres de la economía (este año no han abundado los grandes empresarios), personajes populares, prohombres de los medios de comunicación… fueron acercándose, sin demasiado disimulo, hasta la zona donde se encontraba el líder del PP, para presentarse, saludar y hasta darle el parabién.

Tal fue el cerco a Mariano Rajoy y la aglomeración, que el líder popular, fijado en el extremo izquierdo del Salón de Columnas, apenas pudo moverse de allí ni unos pasos.

Durante más de una hora larga, fue abordado por unos y otros (algunos hasta hacían cola, esperando en segunda o tercera fila) en el mismo metro cuadrado del Palacio Real en el que había comenzado, del que, por ello, no pudo moverse.

Aunque humanamente comprensible, la situación podría considerarse divertida, si en realidad no resultara un tanto bochornosa.

 

Por cierto que el presidente del PP se aplicó en un detalle. Rodeado por los periodistas, que en su caso estaban cumpliendo una obligación profesional, no quiso formular declaración política alguna, para no desnaturalizar lo que se estaba celebrando: un acto institucional en el que el protagonismo tiene que ser del rey, que era quien invitaba.

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