José Apezarena

El papel político del rey

Tras las elecciones de diciembre, y a propósito del proceso en marcha para la formación de un nuevo Gobierno, Felipe VI está teniendo un claro protagonismo político, aunque esa palabra quizá le incomode a él mismo puesto que se trata de un adjetivo que hasta puede considerar peligroso.

Ciertamente, se trata de un ejercicio de perfil político. Pero no en la acepción reducida de partidista, o de vinculado con una determinada opción ideológica, sino en el sentido más amplio y global de la palabra política, entendida como actividad encaminada a la organización y configuración de las instituciones que rigen los países y las sociedades.

Con ese enfoque, no hay duda de que el rey está desempeñando una acción política. Y, además, bastante delicada, a la par que comprometida incluso para él mismo.

Delicada, porque lo que está en juego es un interés prioritario: la formación de un nuevo Gobierno. Y porque ha tenido y tiene que combinar la estricta aplicación de la ley, y una exquisita neutralidad, con la voluntad de resolver problemas, para lo cual han de buscarse soluciones de entre las diversas salidas posibles. Y también aplicar por su parte el necesario impulso para intentar que se alcancen.

Cuando se trata del bien y los altos intereses del país, el monarca no es un personaje absolutamente neutral. Ni se trata de un autómata. No lo es, al menos, Felipe VI.

Al mismo tiempo, la obligada intervención del monarca en la tarea de encontrar un presidente de Gobierno, establecida y regulada (muy poco regulada, por cierto) por la Constitución, vincula al rey con la solución del problema. Quiera o no, su figura se ha visto y se verá afectada por cómo articula y desarrolla los mecanismos previstos, pero también por el buen éxito del proceso.

El comportamiento de La Zarzuela, desde que se proclamó el resultado de las elecciones del 20-D, a los efectos de los previsto en el artículo 99 de la Constitución, ha sido exacto, eficaz y medido, pero sin que hayan faltado momentos en que ha debido mantener una posición propia que no coincidía exactamente con la de algunos de los visitantes. Pero que finalmente se ha demostrado la acertada. Ya en otro momento me he referido a la soledad del rey.

De todas formas, los trámites aún no han concluido. Queda camino por recorrer. Para empezar, las consultas finales de los días 25 y 26 de abril. Y, si de ellas no saliera un candidato con opciones ciertas de verse investido, y por tanto se celebran elecciones en junio, una vez que hablen las urnas Felipe VI deberá repetir el ceremonial de las consultas con los partidos y posterior designación de candidato. Volverá a ser necesario el impulso real.

Así pues, el resultado de la mediación del monarca seguramente se retrasará hasta el verano. Un final exitoso, aunque sea entonces, le vendrá bien. Y lo mismo, por supuesto, al país.

 

El veredicto sobre el conjunto del proceso queda, pues, aplazado varios meses más.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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