José Apezarena

El rey se arremanga

El discurso de Nochebuena del rey no sido este año uno más de la lista. No ha consistido en un trabajo de aliño, un salir del paso o un quitarse la pulgas como suele decirse. Porque ha entrado en asuntos serios y contiene también compromisos exigentes para él mismo.

Si alguien pensó que iban a aplanarle la evidente proliferación de achaques médicos que ha sufrido y sufre, o podía acoquinarle la evidencia de los graves problemas que nos rodean, no sólo en el país, sino también relacionados con la institución que encabeza, no ha ocurrido así. Al contrario, don Juan Carlos se ha arremangado.

Como muestra, ha anunciado dos compromisos personales. Uno, que no abandona, que sigue al timón del país. El otro, que está decidido a cumplir las exigencias de ejemplaridad y trasparencia que demandan estos tiempos nuestros, y que por supuesto reclama el país en su conjunto.

Que su actitud es de ponerse a trabajar y de tomar la iniciativa lo muestra también la perentoria invitación a todos, políticos, intelectuales, empresarios... a movilizarse, a pasar a la acción. No son tiempos de pasividades.

Y tampoco se ha escondido de algunos de los grandes asuntos, como son la crisis y Cataluña. Sobre lo primero, se ha colocado en el lugar de que la padecen, para reconocer las dificultades y duros sacrificios que están afrontando, sin olvidar la fuerza de la familia y el papel sustancial que viene desempeñando a la hora de proporcionar auxilios básicos. Los mayores y los pensionistas han sido citados con agradecimiento.

Y ha remachado que la crisis no se empezará a resolver hasta tanto los parados no tengan oportunidad de trabajar.

La falta de ejemplaridad en la vida pública, que ha afectado al  prestigio de la política y las instituciones, ha sido otra de sus denuncias, reclamando un comportamiento ético. La calidad de la democracia debe ser mejorada, ha dicho.

En cuanto a Cataluña, ni ha pronunciado esa palabra ni ha citado en concreto el proceso independentista catalán, porque, dado el carácter del discurso y su propia posición como jefe del Estado, ni puede ni debe hacerlo. Pero ha repasado, con detalle, lo que nos une. Y se le ha entendido bien cuando ha precisado con rotundidad que las diferencias se solucionan de acuerdo con "las reglas de juego democráticas aprobadas por todos".

No faltó, en fin una cita al príncipe de Asturias, al heredero Felipe de Borbón.

 

No ha sido un discurso más, desde luego.

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