Contaminado el PP, contaminado el PSOE

El caso se describió magníficamente en uno de los capítulos de la tercera temporada de ‘Mad Men’, la exitosa serie televisiva sobre el mundo de la publicidad ambientada en la ciudad de Nueva York de los años 60.

La dueña de una importante empresa dedicada a la elaboración de comida para perros pretendía impulsar su marca, lastrada por una confusa campaña de descrédito que había arruinado las ventas. Quería resultados.

Don Draper y sus creativos estudiaron el caso y citaron a la empresaria para una prueba. Se sentaron tras una mampara de cristal que les separaba de una habitación. Al otro lado, aparecieron dos individuos de la calle, ciudadanos corrientes, que llevaban a sus perros atados por una correa.

Los organizadores dejaron delante de los chuchos un plato con carne de la marca en cuestión y la reacción fue instantánea: los canes se pusieron a devorar las raciones. Los dueños reconocieron que sus animales estaban encantados. Se trataba de un buen producto: no habían visto nunca tragar así a sus mascotas.

Pero entonces, a uno de ellos se le ocurrió preguntar: ¿Y qué carne es esta? ¿Cuál es la marca? Cuando el publicitario que controlaba el test les reveló el nombre, los dos apartaron a los perros de los recipientes dando tirones y con cajas destempladas. Amenazaron con demandar a los convocantes de la prueba. Estaban indignados: esa carne ‘manchada’ no se debía dispensar. Era un ultraje.

La señora se revolvió en su silla de invitada. No entendía aquella representación. ¿Habían pretendido humillarla? Ya sé –les dijo- los problemas que tiene el producto, no hace falta que me abochornen. Precisamente esta percepción es la que hay que cambiar. Para eso les pago.

La respuesta de Draper y compañía fue que no. Que aquello lo que demostraba eran dos cosas: a) que el producto era excelente, probablemente el mejor del mercado; y b) que la firma estaba contaminada para siempre, que no había nada que hacer. Estaba sentenciada. No tenía ningún futuro.

Por eso, le proponían otra cosa: dejar morir la marca actual, crear una nueva y volcar ahí todos sus esfuerzos. Los consumidores, ajenos a todo ese proceso, pasarían página centrando sus compras en el nuevo producto, que como se había demostrado era bastante aceptado.

La dueña del negocio se marchó indignada. Canceló el contrato convencida de que aquello era un despropósito total.

 

Yo creo que a los chicos de Sterling Cooper & Draper no les faltaba razón.

De hecho, observando las crisis de credibilidad y solvencia que padecen los principales partidos políticos de este país, me atrevería a decir que pasan por algo parecido.

Rajoy y Rubalcaba temen, como agua de mayo, la llegada de las elecciones Europeas. Mucho deben cambiar las cosas para que no sufran ambos un duro castigo en las urnas.

La política sigue siendo necesaria. Algunos dirigentes están a la altura de las circunstancias: son honrados y solventes. Pero sus marcas están contaminadas, provocan rechazo y los ciudadanos no quieren ni oír hablar de darles su voto.

El problema no es pequeño. A ver cómo lo resuelven.

Más en twitter: @javierfumero

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