Javier Fumero

Debemos pagar mucho mejor a los políticos

Admito que le tengo pavor a la demagogia, a los gestos de cara a la galería, a los brindis al sol y a algo mucho peor: a la falta de sentido común. Por eso, navegando contra corriente, sostengo que debemos pagar mucho mejor a nuestros políticos.

No hablo de aquellos que ahora están. Me refiero a la clase política que deberíamos tener. Me explico.

Creo que estamos en tiempos difíciles. Ahorrar es muy necesario y predicar con el ejemplo, más todavía. En estos años de grave crisis económica, con tantas empresas que se tambalean y tantos puestos de trabajo en juego, he visto a un buen número de profesionales optar por bajarse el sueldo con tal de asegurar la viabilidad de la empresa.

Se trataba de una medida temporal, dirigida a favorecer la supervivencia de la compañía. Una cesión transitoria, por causa de fuerza mayor, con toda la lógica del mundo pues evitaba un mal mucho más grande.

Si los que proclaman una rebaja en el sueldo de los políticos persiguen esto mismo, no tengo nada que decir. Voto a favor. Sin embargo, como ya he dicho en alguna otra ocasión, hay que tener mucho cuidado. Porque quizás la mediocridad de nuestros gobernantes obedece a un absurdo: el consejero delegado de una gran compañía española cobra 10 veces más que el presidente del Gobierno.

¿Esto es razonable? No lo parece. Si queremos que nos gobiernen los mejores, que se dediquen a la política los profesionales más cualificados del país, el puesto de trabajo debe estar bien remunerado. No hay otra.

Porque aquí, romanticismos, los justos. A nadie se le puede exigir un acto de heroísmo, el amor desinteresado al bien común, la entrega a fondo perdido por una nación. El altruismo es digno de alabanza pero no se puede imponer. Por eso mismo, habrá que animar (con un sueldo más que digno) a los ciudadanos realmente valiosos para que –ahí es nada- se ocupen de dirigir nuestros destinos. ¿La causa no merece la pena? ¿No es lo lógico?

A nadie se le escapa –insisto: demagogias aparte- que ser político exige una renuncia brutal: renuncia a un horario decente, a buena parte de la propia vida privada; exige viajar sin mirar días, ni meses, ni fines de semana; evitar determinadas zonas públicas; comporta incluso en ocasiones depender de un servicio de escolta, vigilancia en la casa; renuncia en muchos casos a educar personalmente a los propios hijos, a no estar cerca de la esposa o del marido en momentos cruciales...

Todo eso, digo yo, exige una nómina a la altura de las circunstancias. En caso contrario, se producirá (y de hecho, está produciendo) un efecto perverso: sólo optarán a semejante sacrificio los que no tengan mejores expectativas, es decir, los mediocres. Sólo harán carrera política los que no tengan más remedio que medrar porque no están cualificados para ningún trabajo mejor.

 

Se me ocurre incluso otro motivo más. Creo que si el político está bien pagado y se valora mejor esta profesión, se evitarán casos de corrupción. Las tentaciones de meter la mano en la caja serán menores si uno recibe un estipendio adecuado. Si sirve para mejorar el nivel de nuestra clase política será dinero bien empleado.

Antes de terminar, quiero hacer una salvedad a todo lo dicho. Admito que la opción de eliminar el sueldo a los políticos abre un debate interesante: la opción de que los políticos tengan una profesión ‘civil’, ajena a la cosa pública, de la que vivan habitualmente; que sólo se dediquen al gobierno de pueblos, ciudades, regiones o países de forma temporal y por puro deseo de servir.

Esto sería lo ideal. Pero como me parece tremendamente utópico, por eso, al menos de momento, prefiero pagar un buen sueldo y que me gobierne un tipo mucho más preparado que yo.

Más en twitter: @javierfumero

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