Javier Fumero

Informamos de la vida privada, ¿sí o no?

Lanzo esta pregunta porque la prensa fetén, el establisment, aquellos que van por ahí repartiendo certificados de buena y mala praxis profesional, actúa en este asunto de forma algo incongruente.

Por un lado, defienden que las personas están plenamente legitimadas para vivir una ética pública y otra privada. Son dos planos distintos, argumentan. Dos ámbitos separados y bien delimitados.

La ética pública debe limitarse al Derecho Positivo: las leyes del Estado aprobadas por sus ciudadanos, el código de circulación, las normas de cortesía pactadas por cada sociedad, los criterios deontológicos de cada profesión... Y poco más.

Nadie debe imponer sus valores a los demás porque la ética privada es el plan de vida personal que cada uno elige con total y plena libertad: en ese ámbito doméstico, todas las opciones son igualmente lícitas porque son elegidas libremente.

Quienes piensan así (e intentan vivir de esa manera) braman contra los que sostienen que sólo existe una ética, pública y privada a la vez. Rechazan esa idea de que cada cual debe elegir de acuerdo a la idea que tenga del hombre, y aplicar esos principios no sólo a la propia vida personal y familiar; también a la vida social, profesional y política.

Cada una de estas propuestas afecta al periodismo, a la manera de informar. Durante muchos años se ha defendido que la vida privada de las personas no es asunto que competa a la sociedad. Que cada cual elija, de puertas adentro, el modo de vida que considere mejor, se ha dicho.

Pero este modo de pensar se resquebraja en la práctica. Con Silvio Berlusconi, el diario El País montó una buena escandalera tras difundir una fotos de su residencia de verano, tomadas con teleobjetivo, donde el primer ministro practicaba (libremente) el bunga-bunga: aquel harén con chicas desnudas que aprendió de Gadafi.

Aquellas instantáneas insinuaban un comportamiento que puede ser reprensible. Pero no había menores entre las chicas fotografiadas. Y no había ni rastro de aquellos aviones del Ejército italiano que originaron la polémica. Entonces, ¿qué denunciaba El País?

Hoy pasa lo mismo con François Hollande. Se ha montado un gran revuelo porque una revista ha desvelado que el presidente ha estado engañando a su segunda mujer. Ella está ingresada en un hospital para recuperarse de su “gran ataque de tristeza”. Él ha tenido que dar explicaciones ante 500 periodistas…

 

¿Por qué? ¿No es su vida?¿No es su elección? ¿Hollande no está legitimado para actuar en su vida privada como crea conveniente? ¿Qué norma constitucional ha contravenido? ¿No deberíamos dejarle en paz? ¿No estamos arruinando el pluralismo y la tolerancia? Con estas informaciones, ¿no nos estamos extralimitando? ¿No estamos imponiendo a los políticos un discutible modo de vivir, una ética privada concreta?

Más en twitter: @javierfumero

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