Javier Fumero

Ojo al problema de fondo: el desprecio a las urnas

Lo más grave del seísmo de escala 8 que ha sufrido el PSOE la semana pasada es una idea que subyace bajo la actitud de Pedro Sánchez. El ex secretario general no ha entendido que esto ha cambiado. Se acabaron las mayorías y eso supone pactar, no imponer.

Pedro Sánchez lleva meses despreciando el resultado de las urnas. A él le da igual que haya ganado el Partido Popular por dos veces y ampliando los apoyos. Le da exactamente igual. A su modo de entender, eso no significa prácticamente nada. Lo que demuestra algo terrorífico: le trae por una friolera lo que digan los ciudadanos.

La otra mitad del PSOE sí lo entiende. Entiende que este Gobierno de Mariano Rajoy, por más que a la izquierda le pese, ha ganado dos elecciones generales en medio año. ¿Eso es irrelevante? Para algunos, sí, al parecer.

¿Dónde se demuestra este desprecio? Muy fácil. Tú preguntas a Pedro Sánchez y a su gente qué ha pasado, por qué estamos así, cómo hemos llegado a esta situación de bloqueo y la respuesta es siempre idéntica:

-- La culpa es del PP, un partido corrupto, involucionista, manchado. Una organización conocida por sus fechorías con un repugnante elenco de vergüenzas: Bárcenas, tarjetas black, Gürtel, Rita Barberá… No es no, porque Rajoy no merece gobernar.

Pedro Sánchez (y los que le siguen) no han entendido que, siendo todo lo anterior bastante verdadero, ese partido ya se jugó. La hora de juzgar las fechorías del PP ya pasó. Los ciudadanos reflexionaron, escucharon a unos y a otros, y se posicionaron como les dio la gana al respecto.

El resultado del 26-J fue contundente: casi 8 millones de españoles votaron al PP (+573.000 respecto al 20-D); mientras el PSOE fue apoyado por 5,4 millones de personas (-174.000). ¿Entienden lo que les digo?

Insisto. Pedro no ha entendido que estamos en un nuevo tiempo político. Se acabaron las mayorías absolutas por una larga temporada, esos rodillos que relegaban ‘por la fuerza’ a los perdedores al banquillo de la oposición. Visto lo que está pasando parece que algunos no aceptaban esas derrotas; sólo las toleraban porque no les quedaba más remedio.

Ahora, cuando nadie puede imponer esas abrumadoras sumas de diputados, cuando toca negociar, pactar, ceder… no se pliegan, no les da la gana. Sin embargo, estamos avocados a eso: a negociar incluso con aquellos a los que uno detesta. Y no es nada malo: permite esos acuerdos transversales que tanto está demandando España, en educación, dependencia, sanidad, pensiones o empleo.

 

Si los ciudadanos –soberanos para elegir a sus representantes- deciden un determinado diseño parlamentario, uno tiene que ser capaz de tender puentes con los de enfrente… ¡por más que a uno le cueste! En caso contrario, el cerril debe irse a casa. Por sectario. Pero sobre todo por el bien de este nuevo país que estamos alumbrando.

Más en twitter: @javierfumero

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