Javier Fumero

No te acostumbres a la sinvergonzonería

Los psiquiatras llevan años estudiando los efectos que produce la emisión de violencia a través de la televisión. ¿Aumentan esas imágenes la brutalidad que se manifiesta en el mundo real o son inocuas y se limitan simplemente a reflejar lo que sucede?

Los acontecimientos políticos internacionales de los años 30 y 40 alentaron investigaciones centradas en la persuasión y la propaganda: se buscaba explicar el comportamiento del público como respuesta a los estímulos simbólicos. Se pensaba entonces que las representaciones de la violencia producían en el espectador incluso un efecto liberador: no sólo del miedo que inspiran, sino también de las mismas tendencias violentas, conscientes o no, que el espectador llevaba dentro.

Sin embargo, a partir de los años 70, la atención de los científicos se centró en la capacidad que tienen los medios de influir en la persona y, por acumulación de estímulos, cambiar los comportamientos. Sobre todo cuando los impactos se prolongan durante el periodo, particularmente delicado, de la formación de la personalidad.

Se comenzó a hablar entonces del fenómeno de la “interpretación mimética”: la representación de la violencia –se dijo entonces- mueve a la imitación; puede estimular comportamientos violentos en los espectadores.

Pues bien. Cuarenta años después hay un consenso generalizado entre los investigadores, que coinciden en afirmar que, a largo plazo, la violencia que aparece en los medios de comunicación tiene tres tipos de efecto sobre el público:

1. Un efecto mimético directo: niños y adultos expuestos a grandes dosis de escenas violentas pueden llegar a ser más agresivos o a desarrollar, con el tiempo, actitudes favorables al uso de la violencia como medio para resolver los conflictos.

2. Segundo efecto: el público puede sobreestimar el índice de violencia real y creer que la sociedad en la que vive se caracteriza por un elevado grado de violencia y peligrosidad. En este caso, pues, no aumentan los comportamientos violentos sino la reacción de miedo ante ellos.

3. Existe un tercer efecto, más indirecto: la insensibilización. Los espectadores, sobre todo los niños, expuestos a grandes cantidades de violencia en la pantalla, pueden hacerse menos sensibles a la violencia real del mundo que les circunda, menos sensibles al sufrimiento ajeno y más predispuestos a tolerar el uso de violencia en la vida social.

Apunto todo lo anterior porque comienzo a pensar que el bombardeo al que estamos siendo sometidos, de un tiempo a esta parte, a casos de corrupción generalizada y a todos los niveles (política, empresa, organizaciones sindicales, familia real, justicia, ejército) puede acabar provocando en breve un efecto perverso: la insensibilización de la sociedad.

 

Es un no parar. Cada día surge un nuevo imputado. Una cuenta corriente aflora en un paraíso fiscal. Descubrimos que un sinvergüenza utiliza su cargo para defraudar. Alguien se lo ha llevado crudo engañando al Estado y a la sociedad. Cobro de comisiones, estafas a Hacienda…

No hay tiempo para digerir tanta desvergüenza, a cada cual más repulsiva: las tarjetas opacas de Caja Madrid, el fraude de los cursos de formación subvencionados por el Estado, los falsos ERES en Andalucía, el caso Urdangarín, los extraños apuntes contables de Luis Bárcenas, jueces apartados de la carrera judicial por prevaricar, el caso Mercasevilla, el caso Palma Arena en Baleares, policías grabados mientras amedrentan y chantajean a inocentes, tráfico de drogas en el buque escuela Elcano de la Armada, el caso Gürtel, el fraude en Gowex & Cía, el dinero en Andorra de Jordi Pujol, el caso Malaya de José Antonio Roca, Sandokán, Julián Muñoz y la Pantoja, el vaciamiento de Marsans por parte de Gerardo Díaz Ferrán, la Operación Púnica y Madeja en ayuntamientos de varios puntos de España, los viajes de Monago...

El catedrático Friedrich Schneider, de la Universidad Johannes Kepler de Linz (Austria), acaba de cifrar el alcance de la corrupción en España en unos 10.230 millones de euros anuales. Equivaldría a un 1% del Producto Interior Bruto (PIB), según datos de 2013. Como si cada español perdiera 219 euros al año.

Un horror que, sin embargo, amenaza con adormecernos… por sobreexposición. La sola posibilidad debería preocuparnos. No podemos acostumbrarnos a la sinvergonzonería.

Más en twitter: @javierfumero

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