Javier Fumero

El buen rollo artificial de la Navidad

Hace unos años se montó una cierta polémica en nuestro país por una campaña de publicidad de Coca-Cola que se basó en un lema singular: “Positividad”.

La estrategia de la marca consistió en reclamar apoyos para instar a que la Real Academia de la Lengua Española (RAE) incluyera ese término en el diccionario. Así fue: desde el año 2014 “positividad” aparece incluida en las nuevas ediciones como “cualidad de positivo”.

La queja de Coca-Cola para su spot era la injustica de constatar que “negatividad” estuviera incluida desde el año 2001 y haber tenido que esperar trece años para que una palabra relacionada con lo óptimo, lo bueno o lo excelente fuera aceptada oficialmente.

Me parece muy interesante la moraleja que subyace tras este suceso, aparentemente anecdótico. Ya he dejado clara en alguna ocasión mi impresión de que España y los españoles somos más bien fatalistas, con una visión pesimista de las cosas.

Es cierto que, en cierto modo, somos extrovertidos, amantes del paseo y del buen comer, de las parrandas con los amigos. Es significativo el número de bares por metro cuadrado que hay en nuestras ciudades. Sobre todo por comparación, en esto ganamos a otros países de nuestro entorno, con menos horas de luz y más taciturnos.

Pero cuando nos quedamos a solas, en la intimidad, tenemos una cierta tendencia a la desesperanza, a subrayar las cosas negativas de nuestra vida y a obviar los hechos positivos que también abundan a nuestro alrededor. 

Esto no está bien. Por varios motivos. Porque los problemas no suelen ser eternos, porque los reveses no son irremediables y porque el fracaso no es el estado natural del hombre. La vida no es así.

De hecho, hoy en nuestras vidas hay un buen puñado de hechos positivos que no valoramos: poseer la capacidad de vestirse solo, tener un mínimo de compañía, saber leer, poder caminar por aceras, disponer de luz y agua en casa, ver y respirar de forma autónoma...

Son cosas que damos por normales. Faltaría más. El problema es que estas capacidades no nos influyen tanto como esos otros rasgos vitales de peor cariz. Sólo las tenemos en cuenta cuando desaparecen.

 

Quizás estos días de Navidad, de entrada a un nuevo año, son un buen momento para pararse y meditar. No es cuestión de fomentar un buen rollo artificial, fofo, blando y vacío. Es cuestión de ecuanimidad.

Más en twitter: @javierfumero

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