Javier Fumero

Se buscan líderes ejemplares. Razón: España

La situación política que atraviesa España es grave, gravísima diría incluso. No sólo porque uno de los principales partidos del país acaba de ser abochornado con una sentencia judicial contundente y demoledora que pone en duda el propio sistema de financiación de esta formación.

Lo grave es que este fallo se viene a sumar a un larguísimo elenco de noticias que erosionan la imagen de toda la clase política. No todos los políticos son corruptos, ni mucho menos. Pero todos se encuentran ahora en tela de juicio.

Hace tiempo describí la impresión que me causó escuchar en boca de una señora honorable, respetada y distinguida, el siguiente chiste:

Un matrimonio de extranjeros llega a Madrid para hacer turismo y se dirige a la zona del Museo de arte Thyssen-Bornemisza, en el Paseo del Prado. A la salida, satisfechos, deciden poner rumbo al Hotel Palace y comienzan a subir por la Carrera de San Jerónimo pero por la acera de enfrente.

Sin embargo, al llegar a la altura del Congreso de los Diputados, se detienen asustados por las voces que escuchan en su interior:

-- ¡Ladrón! ¡Corrupto! ¡Ratero! ¡Delincuente! ¡Bandido! ¡Estafador!

La perplejidad de la pareja es tal, que deciden acercarse al ujier que permanecía en la puerta impertérrito, sin perder la compostura y mirando al infinito.

--Oiga, ¿pasa algo ahí dentro?

--No, no. No se preocupen señores –les advirtió como si tal cosa. Es únicamente que están pasando lista.

 

La burla resultaba doblemente chocante, como digo, en boca de una dama tan respetable y solemne. Pero refleja, negro sobre blanco, esa convicción creciente sobre el escaso nivel de nuestra clase política.

¿Y cómo logramos ahora restaurar el daño causado? Nos interesa hacerlo porque necesitamos gobernantes capaces, nos conviene que los mejores dirijan nuestro país: los profesionales más cualificados. Este clima es ideal para espantar a la gente decente, que ya debe realizar un sacrificio para dedicarse a la cosa pública.

Porque no nos engañemos: romanticismos, los justos. Ser político exige una renuncia brutal: renuncia a un horario decente, a buena parte de la propia vida privada; exige viajar sin mirar días, ni meses, ni fines de semana; evitar determinadas zonas públicas; comporta incluso en ocasiones depender de un servicio de escolta, vigilancia en la casa; renuncia en muchos casos a educar personalmente a los propios hijos, a no estar cerca de la esposa o del marido en momentos cruciales...

Todo eso, digo yo, exige incentivos a la altura de las circunstancias. En caso contrario, se producirá (y de hecho, está produciendo) un efecto perverso: sólo optarán a semejante sacrificio los que no tengan mejores expectativas, es decir, los mediocres. Sólo harán carrera política los que no tengan más remedio que medrar porque no están cualificados para ningún trabajo mejor. Es tremendo: el mundo al revés.

Por cierto. Por este mismo motivo habría que revisar el sueldo de los políticos. A los mejores les debe compensar, también económicamente, abandonar la vida profesional. Por otro lado, si el político está bien pagado y se valora mejor esta profesión, se evitarán casos de corrupción. Las tentaciones de meter la mano en la caja serán menores si uno recibe un estipendio adecuado. Si sirve para mejorar el nivel de nuestra clase política será dinero bien empleado.

Como ven, aquí hay mucha tarea que hacer. Nos jugamos mucho.

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