Javier Fumero

Se buscan mujeres y hombres de Estado y viceversa

Me ha llamado la atención el artículo de opinión que Santos Juliá publicó este martes en El País. Resumiendo bastante, reclama una regeneración política de amplio espectro, muy necesaria, encabezada por auténticos hombres y mujeres de Estado.

Carga exclusivamente contra el PP, como no podía ser de otra manera dado el sesgo del autor, y obvia por completo algo igual de verdadero: las estructuras orgánicas del PSOE en Andalucía, por ejemplo, están infectadas del mismo mal. Borra también de su memoria el caso Pujol, que ha sacado a la luz la descomposición de toda una clase política afín al nacionalismo más fetén.

Sea de ello lo que fuere, quiero referirme ahora al fondo del asunto.

Para Santos Juliá el remedio debe venir de otro tipo de especie humana, dice: individuos de miras altas, corazón grande, magnánimos, capaces de dar su vida por la democracia y la libertad… como si no hubiera un mañana.

Y yo me pregunto: ¿existen esos hombres en nuestra sociedad? Aquí está la clave. Porque no podemos pedirle peras al olmo.

Los políticos –y los historiadores, los abogados, los periodistas…- de nuestro país son el resultado fiel del entorno en el que nacen, se reproducen y mueren. Apenas se diferencian de quienes habitan nuestras calles. ¿Impera en esta sociedad el interés por el bien común? Yo no lo veo: observo más bien lo contrario.

Veo a financieros que cuelan preferentes a los ignorantes, que evaden impuestos a Suiza, que utilizan ‘tarjetas blacks’ para gastos privados o que defraudan en cuanto tienen ocasión: lo importante no es actuar bien sino que no te pillen.

Veo una educación que prima la preparación técnica y no el enriquecimiento intelectual. Es el triunfo de una mentalidad mercantilista que promueve, como valores supremos, la rentabilidad económica, el éxito social y la eficacia. El mensaje que llega a los jóvenes es inequívoco: lo que prima por encima de todo es el dinero, el poder y la influencia. Los maestros contemporáneos (las series de televisión, las campañas publicitarias o esas personas-icono que se han convertido en los verdaderos referentes vitales) predican efectivamente que lo guay es centrarse en los procedimientos.

Veo que crece el número de mujeres maltratadas y una tendencia creciente a dinamitar la familia, ámbito imprescindible donde generar buenas personas, individuos generosos y sentimentalmente hábiles.

 

Veo grupos de presión empeñados en perseguir a quienes no piensan como ellos. Lejos de generar espacios de libertad, sienten una irresistible querencia a recortar los derechos ajenos.

Veo una sociedad que nos vuelve superficiales, insensibles al sufrimiento ajeno. ¿Dónde dices que llegaron esos refugiados? ¿Tan lejos? Nos damos la vuelta y seguimos a lo nuestro.

O, como apuntaba ayer, si unos directivos trucan coches para engañar a las autoridades certificadoras no parecemos especialmente interesados en llegar al fondo del asunto. No queremos arremangarnos.

No soy pesimista. Todo lo contrario. Veo una ocasión inmejorable para resolver de una vez por todas esta cuestión. Pero hay que partir del hecho de que el problema se encuentra dentro de nosotros.

Si queremos hombres y mujeres de Estado habrá que analizar cuál es el estado de los hombres y mujeres que estamos alumbrando.

Más en twitter: @javierfumero

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