Javier Fumero

Al carajo las etiquetas

No voy a decir que cada día que pasa resulta más difícil debatir en este país porque no es verdad.

Creo que España (así, en general) ha ganado, con el paso de los años, en madurez y educación, condiciones decisivas para subir el nivel de las discusiones. No faltan casos aislados que destrozan la media pero si hay que emitir un diagnóstico general, me quedo con esa tendencia positiva.

Sin embargo, hay todavía queda mucho por hacer. Hoy me referiré a esa propensión generalizada (yo mismo no me excluyo de ella, vaya por delante) a poner etiquetas, a englobar bajo gruesos adjetivos a las personas.

Sucede a derecha e izquierda, arriba y abajo. Muy pocos quedan excluidos, me temo. Son términos que, en bastantes ocasiones, se incluyen sin rubor en textos periodísticos, reportajes de televisión o piezas de radio. Narraciones que deberían ceñirse únicamente a la descripción de hechos acaban plagadas de estos apodos, alias o motes.

Desde un lado, a los que defienden unos postulados se les suele calificar de “fachas”, “ultraconservadores”, “conspiranoicos”, “trogloditas”, “cavernícolas”… Los de enfrente, allí donde rigen principios antagónicos, son para lo otra mitad “antisistemas”, “radicales”, “perroflautas”, “giliprogres”…

Lo mismo sucede con las ideas. Por ejemplo:

-- La izquierda suele ser presentada como la más sensible con los problemas sociales, la más cercana a los pobres, la más combativa en la defensa de los derechos humanos, la más coherente y sensata, la más cabal... En definitiva, sería esa clase política presuntamente superior en lo moral a cualquier otra ideología.

-- La derecha roba y cabildea. Esa es su condición natural porque son los ricos, los terratenientes capitalistas que oprimen al pueblo. Lo que siempre han explotado a la plebe. Jamás harán nada respetable porque son mezquinos, corruptos, depredadores y parte del problema. Por principio.

Basta pararse y mirar a nuestro alrededor para comprobar que son simples clichés. Hay personas solidarias y generosas en las diversas facciones y corruptos en todos los bandos. ¿Qué son entonces estos planteamientos? Simplificaciones. Análisis reduccionistas, infundados y sectarios.

 

Es verdad que juzgar sin matiz ahorra mucho tiempo. Matizar exige pararse, mirar, ser templado y ponderar el juicio. Y eso requiere talento, honestidad y tiempo. No sé en qué orden pero en el proceso ninguno de esos elementos debería faltar.

Simplificar, mientras tanto, además de ser fuente de injusticias, provoca un daño personal tremendo: embrutece. Se pierde perspectiva. Uno queda impedido para captar la luminosidad de una vida con matices.

Por eso propongo una campaña para la abolición de las etiquetas. Al carajo las etiquetas.

Más en twitter: @javierfumero

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