Javier Fumero

La cruzada contra el burka tiene trampa

El Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) ha decidido suspender cautelarmente la prohibición de vestir burka en los espacios públicos de Reus a la que obligaban las llamadas ‘Ordenanzas de Civismo y Convivencia’ que fueron aprobadas con los únicos votos de CiU y PP.

¿Por qué estas dudas? ¿Qué frena al legislador? ¿Por qué no se persigue de forma implacable este símbolo de discriminación de la mujer? Yo tengo mi opinión: esta cruzada tiene trampa.

Por un lado, en occidente lo tenemos muy claro. El niqab, ese vestido negro, amplio, que cubre hasta la rodilla, con un velo que oculta la cara y deja ver los ojos, parece borrar a las mujeres de la sociedad.

Los expertos aseguran, además, que nada tiene que ver con el islam y mucho que ver con el odio a la mujer que está en el corazón de la ideología extremista que lo predica.

Nicolás Sarkozy lo expresó muy gráficamente hace unos años, cuando intentaba legislar sobre esta cuestión en el país vecino. Vino a decir algo así como:

-- “No podemos aceptar mujeres prisioneras detrás de una verja, separadas de toda vida social, despojadas de una identidad. Esa no es la idea que la República francesa tiene de la dignidad de la mujer”. Y añadió: “El burka no es bienvenido en Francia”.

De acuerdo.

Sin embargo, se trata –como digo- de una cuestión espinosa, repleta de peligrosas aristas, que exige una reflexión atenta y prudente. Hay varios daños colaterales que podrían producirse si no se lleva con discernimiento esta cuestión. Por ejemplo:

1. El burka se atribuye más al movimiento salafista, que pretende volver a la pureza del islam primigenio. Es decir, sólo es adoptado por una pequeña minoría de las musulmanas que viven en España.

 

2. El niqab tiene que ver con mujeres adultas que se mueven en el espacio público. La laicidad puede imponer condiciones en determinados ámbitos, pero aquí se trata de la calle.

3. La prohibición solo llevaría a que esas mujeres se recluyeran más en casa. Hay que tener en cuenta, además, que quien lleva el burka en Occidente lo hace por expresa voluntad personal, por pleno convencimento.

4. Con esta cruzada surge el riesgo de presentar el niqab como un problema religioso musulmán que pondría en tela de juicio la laicidad. En tal caso, algunos musulmanes se pueden ver empujados a defender el niqab como un símbolo del islam. Esto sería contraproducente y ha empezado a ocurrir. Incluso musulmanes adeptos de un islam moderado, que hasta hace poco desaconsejaban el burka, han expresado ahora su solidaridad con las mujeres que lo usan. Se manifiestan indignados ante la perspectiva de una nueva prohibición, dentro de un contexto en que los musulmanes se sienten estigmatizados.

5. La tolerancia del burka puede ser incluso un signo de que el Estado da la bienvenida a la diversidad. Además, ¿cómo hacer cumplir una prohibición en el uso de una indumentaria? ¿Con multas? ¿No sería incongruente que el Estado laico recurriera a una policía para vigilar el vestido femenino como en Irán o en Arabia Saudí? 

Personalmente tengo claro que aquí no estamos ante un problema religioso. Ocultar la cara tras un burka, un casco o un pasamontaña colisiona con la seguridad pública. Los anarquistas violentos esconden su rostro para montar algaradas. Quien va a cara descubierta suele buscar la paz. En un banco, en los juzgados, en un examen es preciso mostrar el rostro: es de sentido común.

La vida en sociedad tiene unas normas. Pocas, pero gran importancia. Y si ahora se está insistiendo precisamente en la necesidad de fomentar la integración de las minorías –en este caso de la musulmana-, el burka no parece ayudar mucho a crear un sentimiento de comunidad.

Sin embargo, también percibo que esta cuestión debe ser tratada como sumo cuidado. Sin brochazos.

Más en twitter: @javierfumero

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