Javier Fumero

A qué se debe ese entumecimiento que sientes

Acaba de estrenarse en España un programa de televisión en el que una reportera narra sus nueve meses de embarazo. El formato de telerrealidad está grabado de forma que uno asiste, en una especie de falso directo, al proceso de gestación que protagoniza la periodista. Es decir, vive sus dudas, sorpresas, miedos… como si estuvieran pasando en este momento.

Es curioso este proceso que al que estamos asistiendo, esta espiral de lo escandaloso, del grito, de lo brutal, de lo llamativo o inusual. Para que lo rutinario logre captar nuestra atención es preciso que caiga en manos de alguien con muchísimo talento. Como este no abunda, se abusa del chute de estímulos.

Por eso cada día las televisiones nos chillan un poco más. Cada vez un poquito más. Deben llamar la atención de una sociedad saturada y eso no es fácil. Nos guionizan el decisivo momento del discernimiento vocacional de unas chicas que se plantean entrar en un convento de monjas, también el proceso de boda y divorcio de varias parejas, sus primeras citas, la búsqueda de compañero de quien supuestamente vive una granja, la estancia en una isla sólo apta para supervivientes, y así todo.

No hay nada que quede al margen de este proceso de ficticia dramatización. No hay nada sagrado. Bueno, sí. Una cosa: la audiencia. A ese fin se supeditan todos los medios. Porque la audiencia es dinero. Y la televisión, no lo olvidemos, es para algunos sólo un negocio.

¿Y qué problema hay en que las cosas hayan llegado a este punto?

A mi se me ocurre uno: por este camino esta sociedad en la que vivimos se está volviendo peligrosamente insensible. Estamos volviéndonos apáticos.

Una comunidad sujeta al exhibicionismo constante, al bombardeo de estímulos superlativos,  pero también al sensacionalismo barato, a la banalización del drama, va perdiendo paulatinamente capacidad de reacción.

Que la violencia brutal, la mística, el amor, la relaciones personales, la intimidad… se vuelvan rutinarios nos vuelve indiferentes, incapaces de reaccionar como es debido. Al menos, como debería hacerlo cualquier ser humano sano.

Si los aviones se estrellan continuamente, si cientos de personas saltan semanalmente por los aires en brutales atentados, si los tsunamis y los terremotos entran en casa cada noche, si todo eso nos impacta mañana y tarde acabamos entumecidos.

 

Si además, asistimos a la frivolización diaria del flirteo choni entre mujeres, hombres y viceversa, si hasta la entrada en un convento se exhibe como mercancía, si el delicado momento de gestación de un bebé es radiado sin pudor, si cambiar de pareja se muestra como un simple juego… acabamos entendiendo la vida como una ficción.

Esos sucesos, dramáticos, cada uno a su modo, terminan por no percibirse como reales. Dejan de causarnos estupor, disgusto o rechazo. Nos dejan fríos. Porque los entendemos como algo ajeno, ilusorio, ficticio.

Y al final, esta espiral es la que nos impide actuar como seres humanos cabales. Por eso acabamos sintiéndonos superiores a un inmigrante y llamándole machupichu en la intimidad. Por eso los refugiados nos pillan un poco lejos, no nos conmueven… y terminamos por afrontar la cuestión como un simple asunto político.

Más en twitter: @javierfumero

Portada
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato