Javier Fumero

El 0,4% de los españoles según el CIS

Mucho se va a escribir sobre los datos del sondeo de mayo publicado este lunes por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Efectivamente, hay algunas conclusiones llamativas, aunque fácilmente predecibles. Otras llaman más la atención.

Los españoles tenemos una opinión horrorosa de la política. El 82% está descontento con nuestros representantes públicos. ¡Ocho de cada diez españoles! Más de la mitad de los ciudadanos piensan, además, que esto no va a mejorar: un 32% considera que el panorama político seguirá igual y un 19%, que empeorará.

También hay una mala percepción sobre la marcha de la economía. El paro sigue siendo el principal problema para los españoles, seguido de la corrupción, el fraude y la sanidad.

Pero me quiero detener en un detalle que pasará inadvertido aunque debería hacernos reflexionar. El drama de los refugiados es percibido como un problema sólo por el 0,4% de nuestros conciudadanos. No es una errata: es el 0,4%. Está bien escrito.

Mientras el mar Mediterráneo se convierte en el principal cementerio de Europa, los españoles no lo sentimos como una cuestión realmente problemática. Quizás porque nos pilla demasiado lejos, quizás porque no provoca algaradas en las calles, quizás porque no influye en mi nivel de vida o porque los periodistas apenas le dedicamos atención.

Pero es probable que detrás de este fenómeno se escondan algunos males devastadores. Por ejemplo:

-- Hay quien habla de una Europa cansada, envejecida, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Los grandes ideales que inspiraron este continente parecen haber perdido fuerza de atracción. Ni están, ni se les espera.

-- Las redes sociales nos convierten en personas más informadas pero también más superficiales. Vivimos las cosas desde la prudente distancia que favorece nuestro terminal. No me implican las cosas porque no me afectan. Las vivo desde lejos, sin que me salpiquen. Y mientras me van golpeando, se nos forma una costra que nos vuelve cada vez más insensibles.

-- Esta sociedad se ha convertido en una fábrica de individualistas. Nos preocupan nuestros derechos, los más inmediatos y centrados en uno mismo, pero apenas reconocemos deberes. Pocos se sienten interpelados por el progreso social o la defensa de los derechos humanos en general. Yo voy a lo mío, que bastante tengo.

 

-- Los directivos de las empresas se desviven, única y exclusivamente, por la cuenta de resultados. Sólo se deben a los accionistas. A nadie más deben rendir cuentas de su gestión. Como si el fruto de su trabajo no afectara a la sociedad en la que este se despliega. Y como si de esa labor no se derivara responsabilidad alguna.

-- La respuesta política ante la inmigración suele ir siempre en una misma dirección: leyes y gestión administrativa. Hay que tener contento al cliente, al votante. Por lo tanto, ojo a las encuestas. Si preocupan los refugiados, la promesa es mayor dureza. Nadie pide más solidaridad o grandeza de ánimo. Ni más generosidad, ni ejemplaridad.

Conclusión. Tenemos un problema de fondo que está generando nuevas bolsas de pobreza: la soledad de los ancianos, los niños que no viven con un padre y una madre, los desamparados que huyen de conflictos internacionales, los enfermos terminales sin cuidados paliativos, los que llevan años en paro, la violencia doméstica, los jóvenes que nunca han tenido un empleo…

Más en twitter: @javierfumero

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