Javier Fumero

Qué hacemos con nuestros ancianos

El Foro Económico Mundial acaba de difundir un informe con un dato bastante relevante: los españoles viven ya 82,4 años de media. Esto sitúa a nuestro país en el séptimo puesto de las naciones más longevas del mundo.

El estudio destaca un hecho curioso: no estamos entre los más competitivos (ocupamos el puesto 35) pero sí somos de los que poseen una mayor esperanza de vida, por delante de países tan desarrollados como Suecia (81,7), Noruega (81,5) o Luxemburgo (81,4 años).

Esto es una maravilla, claro: indica desarrollo médico y buena salud también social. Pero supone también un desafío. Nuestra sociedad envejece, quizás, por encima de nuestras posibilidades. Es decir, van a surgir problemas de hondo calado que deberíamos afrontar ya mismo porque estamos lejos de tener solución para todo.

Se me ocurren los siguientes ejemplos:

1. Las pensiones. La ‘tormenta perfecta’ de un colapso en el pago del subsidio va a llegar por la confluencia de tres factores desestabilizadores: a) el aumento del número de personas en edad de jubilación; la mayor longevidad de los pensionistas que cobran; y la tendencia creciente a bajar la edad de jubilación.

Todo esto exige una revisión de hacia dónde vamos con esta prestación. Quizás haya que pensar en destinar las pensiones públicas a aquellas personas que más lo necesiten. O en buscar un equilibrio entre pensiones públicas y privadas. También parece básico elevar progresivamente la edad de jubilarse con derecho a pensión plena.

2. Gasto sanitario. Otro efecto perverso de lograr que nuestros mayores vivan más es que se va a disparar el coste de la sanidad. Iremos más al médico y para afrontar procesos más complejos que habrá que abonar si queremos mantener una calidad de vida lo más digna posible.

3. Mayor dependencia. Nos vamos a encontrar con un dilema: nos vemos abocados a elegir entre la soledad o la carga adicional (permítanme que hable así) para las economías familiares. Habrá que optar por el vacío de sentirse aislado en el momento de mayor fragilidad personal después del nacimiento o la servidumbre de un hogar que debe mantener en casa a dos miembros más.

La creatividad de hijos y padres está dando vida a ideas ingeniosas en este campo. Por ejemplo el  “co-housing” o las “aldeas para mayores”. Se trata de alternativas a las residencias de ancianos (tan frías, tan impersonales), que combinan la aspiración de mantener una cierta independencia con la de permanecer vinculados a una comunidad.

 

En el Lincoln Park Village de Chicago, por ejemplo, viven 376 parejas de mayores distribuidas en tres barrios del norte de la ciudad. Disponen de un servicio de voluntarios que –a una llamada de teléfono o un mensaje de correo electrónico- acuden para resolver cualquier tarea: desde poner al día las facturas, a cambiar una bombilla, pedir hora con el médico o explicar unas nociones de informática. El coste anual del servicio es de 540 dólares por persona o 780 si es un hogar de dos personas (397 y 574 euros, respectivamente). Hay descuentos para las rentas más bajas.

4. Otras incertidumbres. Añado por último otro reto de consideración: ¿Qué vamos a hacer después de jubilarnos? No es broma. Cuando dejemos el trabajo vamos a tener por delante 20 años de vida media que habrá que llenar de alguna forma.

Y no hablamos de gente gagá. Si el progreso médico continúa el ritmo actual, aludimos a una población de pelo blanco pero con una vida sana y activa hasta bien entrados los setenta años. Es una enormidad que plantea desafíos tremendos a la sociedad que viene.

Más en twitter: @javierfumero


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