La historia de mi frutero: generoso, cornudo y apaleado

Se llama Tomás. Vende fruta de calidad, algo serio. Es un currante nato. Nadie le ha regalado nada. Sacó su negocio adelante en solitario, luchando contras las mafias, trabajándose al cliente, rebañando cada peseta primero, cada céntimo de euro después.

Hace unos años oteó el horizonte y comprobó que venían curvas. La clientela comenzaba a pasarlo mal. Detrás del mostrador se empezaron a escuchar historias tremendas, algunas bastante sobrecogedoras. Miseria, hambre, vidas rotas, mucho sufrimiento.

Tomás decidió no ser un problema. Ayudar a que la cosa fuera más llevadera. Al menos, para algunos. Y comenzó a fiar.

Había una mujer especialmente pedigüeña, que suplicaba algo de crédito regularmente. Se llevaba productos y dejaba sólo la promesa de que pagaría más adelante. Pero con el paso de los meses, la cosa se desmadró.

La deuda engordaba y engordaba. Cuando Tomás llegó a contabilizar 10.000 euros en impagos por parte de aquella mujer, se plantó. Necesitaba cobrar. Se acercó a ella y le conminó a ir haciendo frente a sus pagos. Algunos datos no cuadraban: quizás había abusado de Tomás o vivía por encima de sus posibilidades.

Un día, Tomás se llevó un susto morrocotudo. Le llegó un requerimiento judicial: había sido demandado por aquella señora, que alegaba acoso. El frutero le agobiaba –argumentaba ante el juez-, no le dejaba vivir, se había vuelto un pesado, alguien hostil. No le dejaba en paz. Le estaba desquiciando.

Tomás me intentó explicar lo que sentía: rabia, pena, indignación, perplejidad, dolor en lo más profundo. Aquello no podía ser verdad. Él, que había sido siempre tan comprensivo, hilando fino, intentando no complicarles la vida a las personas...

El juez haría justicia, de eso no le cabía la menor duda.  Pero qué necesidad. ¡Las facturas no mentían! ¡Le debían 10.000 euros en fruta! Aquello era un engorro innecesario (buscar un abogado, preparar la defensa, testificar...). Era un atropello injusto. Un abuso. En fin.

El otro día pasé por su local. Estaba completamente desolado.

 

El juez acababa de dictar sentencia. Mi amigo Tomás era informado de dos cosas. Primero: aquella señora irá pagando la deuda según vaya pudiendo; nada de presionarla, nada de pedirle explicaciones, que la crisis es muy dura. Y segundo: se dispone una orden de alejamiento; Tomás no puede acercarse a ella en el futuro a menos de diez metros.

De esta historia sólo hay dos cosas que no son verdad: el nombre de mi amigo y su profesión. Son casi idénticos a la realidad pero su abogado le ha pedido discreción para intentar reconducir las cosas. No obstante, el resto es tal y como lo he contado.

No sé cómo lo ven ustedes. Yo no doy crédito (y no va con segundas).

Más en twitter: @javierfumero

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