Javier Fumero

La paradoja del último vagón y nuestra clase política

Una vez escuché a un analista hablar de la paradoja del último vagón. Daniel Innerarity, que así se llama el experto, alertaba contra el excesivo ensañamiento hacia la clase política por los riesgos que ello tiene y una cierta incongruencia que eso supone. Lo exponía recordando un chiste.

La humorada aludía a una autoridad ferroviaria que, tras descubrir que la mayor parte de los accidentes de una línea afectaban especialmente al último vagón, había optado por suprimirlo en todos los trenes. Problema solucionado.

Cada vez leo a más opinadores destacar este aspecto. La política es efectivamente una actividad que se puede mejorar. Una actitud crítica hacia la política es señal de madurez democrática, no signo de su agotamiento. Perfecto. Pero ¿qué proponemos entonces?

Fíjense. Los populismos cargan las tintas: hay que acabar con todo, empezar de cero, renovar desde abajo. ¿Y quién se pone en lugar de los que hay ahora? ¿Quién se hará cargo de gestionar la cosa pública? ¿Ellos? ¿Y no se convertirán entonces ellos también en políticos?

Por lo tanto, no estamos contra la política sino contra un tipo de política. Quizás esto es lo que explica –fíjense porque así está pasando- que Podemos haya dejado de hablar de la ‘casta’. Apenas utilizan ya este argumento. Porque ellos acaban de pasar a integrar esa categoría, como no podía ser de otra manera.

Pero sigamos un poco más el razonamiento.

-- ¡No queremos a esta clase política –claman unos- porque no tienen ni idea! Vale: entonces estarás a favor de que un grupo de técnicos se apodere del Ejecutivo. Sin embargo no todo el mundo considera que eso sea lo mejor para un país.

-- ¡Los políticos cobran demasiado! Vale: por lo tanto estás proponiendo que sean los ricos quienes gobiernen nuestros destinos. En caso contrario, no compensa en absoluto dirigir un país. ¿Queremos eso? Parece que no.

Innerarity cerraba aquel escrito con una sentencia muy interesante:

 

-- “En un mundo sin política nos ahorraríamos algunos sueldos y algunos espectáculos bochornosos, pero perderían la representación de sus intereses y sus aspiraciones de igualdad quienes no tienen otro medio de hacerse valer”.

Dicho de otra manera: es razonable exigir otra forma de gobernar, más honestidad y decencia. Pero la política y los políticos son necesarios. Porque una sociedad que no cuente con una articulación política de sus derechos queda expuesta a todo tipo de atropellos. Eso es quizás lo que pretenden algunos.

Más en twitter: @javierfumero

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