De Almodóvar y McNamara a Fabio de Miguel

Muchas veces no tenemos ni idea de hacia dónde vamos hasta que no llegamos. Hablo de la vida. Como de la vida, de su nueva vida, ha hablado esta semana Fabio de Miguel en el semanario Alba. A Fabio de Miguel lo conocerán como Fabio McNamara. Su historia es la de uno de los más excéntricos personajes de la “movida”. Empezó con Almodóvar haciendo el payaso y cantando tonterías pero, a diferencia del cineasta, McNamara ha tenido una larga y compleja evolución desde entonces. Durante años vivió entregado a la música, pero también a los más variados y peligrosos vicios. Como muchos otros juguetes rotos de los 80, desaparecía del primer plano de la actualidad durante largas temporadas y aparecía de nuevo con un cuadro o con un disco bajo el brazo. El ciclo habitual de quien naufraga entre mil problemas mientras frota la lámpara del genio de artista que lleva dentro.

A pesar de la evidente marginación a la que fue sometido –o a la que se sometió él mismo- en el ocaso de la década de los 90, McNamara logró su último gran éxito musical en 2001 con el disco Rockstation, gracias a la canción “Mi correo electrónico”. Un single de estribillo pegadizo que triunfó en las principales emisoras musicales. Después editó algo más, sin hacer mucho ruido. Finalmente desapareció del primer plano de la actualidad hasta hoy. Ni rastro. Tan solo brilla en la nada una breve entrevista realizada en 2006 en el diario 20 Minutos en la que el periodista quiso destacar tres cosas: que Fabio McNamara critica ahora a los de la movida porque “se han amuermado, porque son ricos y famosos”, que se ha convertido al catolicismo y que vota a Esperanza Aguirre.

Ahora, en 2008, no puede decirse que Fabio ha reaparecido. Ni siquiera creo que tenga las más mínimas ganas de recuperar un hueco de fama en la Rolling Stone, ni que le inquiete demasiado lograr una entrevista en El Mundo, o un reportaje en Televisión Española. Su escala de valores ha cambiado por completo. Eso es lo que cuenta en la reseña que citaba al principio, cuyo titular es “Soy de misa y comunión diaria”. En esta impactante entrevista, magistralmente realizada por el periodista Gonzalo Altozano, su relato atraviesa momentos de crudeza y otros de gran carga emotiva. Todos ellos culminan en un sentimiento de alegría, felicidad y serenidad. Porque la historia de McNamara es sencillamente la de cualquier ser humano: la de la búsqueda de la felicidad.

Nuestra mente torpe, muy torpe en algunos casos, nos confunde frecuentemente. Nuestra razón tan apelada en este siglo de la sinrazón, no sabe indicarnos por sí sola el camino de la felicidad. Y, sin embargo, sí podemos saber fácilmente cuál no es ese camino. A veces bastan un par de preguntas. Y esas son las que se hace McNamara en voz alta: “¿De qué sirve lo que el mundo pueda darte, si esto pasa rapidísimo? ¿Para qué tanto rollo?”. Y detalla con cierto humor cómo fue su respuesta a esa gran pregunta: “el Señor vino a buscar a los que andaban perdidos. Y más perdido que yo… (…) Vivía alienado, bajo los efectos de un montón de sustancias. Y buscaba la felicidad donde no estaba: en la droga, en el sexo, en la fama…”.

De McNamara hemos visto publicados y anunciados con bombo y platillo todos y cada uno de sus viejos vicios, sus excentricidades, su antigua homosexualidad militante, su rostro público normalmente travestido, su mirada confusa, turbia y perdida. Hemos conocido, sí, la parte más ruidosa -y también más infeliz- de su vida. Quizá la única que interesa a muchas de las víboras que se codearon durante años con él. Hace tiempo que ha cambiado. Ahora la actividad más emocionante de su día a día es comulgar, rezar un poco, o hablar de Dios a otros. También se dedica a la pintura, sobre todo religiosa. Todo esto no saldrá en ningún telediario, ni en la revista de Los 40 Principales. Esto no les parecerá interesante a muchos de aquellos que se decían sus amigos en los 80. Algunos hoy tienen la indecencia de insinuar que su conversión es fruto de ciertas sustancias del pasado, haciendo bromas de pésimo gusto y demostrando que el gallo que más cacarea la libertad, a la hora de la verdad, puede ser el primer liberticida. Aunque es justo reconocer que a Fabio de Miguel –su auténtico nombre- nunca le ha preocupado lo que digan de él. Y mucho menos ahora. Le pregunta el entrevistador que si le da vergüenza hablar de Dios: “¡Pero cómo me va a dar vergüenza, si ha dado su vida por mí!”. Y regala el secreto de su felicidad a quien quiera escucharlo: “si estás en gracia, ya puede caerse el mundo; por eso, si peco, no pasan veinticuatro horas sin que me confiese”.

Este testimonio lo pueden encontrar en la última página del Alba de esta semana (del 12 al 18 de septiembre de 2008). Acostumbrados a que nuestros famosos nos brinden declaraciones vacías, monótonas, llenas de simplezas de cortísimo valor intelectual y moral, no nos defraudará esta profunda y emocionante entrevista a Fabio McNamara.

 
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