Brindis con prórroga

En el ABC de este miércoles me topo con una noticia estupefaciente, más propia de uno de aquellos relatos con tintes esotéricos que escribía Emilio Carrere que de la monótona verosimilitud con que la prensa registra cuanto sucede o cuanto se anuncia. El diario informa en sus páginas de que un mentalista extremeño, Carlos Santillana, se ha propuesto detener el reloj de la Puerta del Sol entre tres y cinco minutos a las 00.00 horas del 31 de diciembre. El secreto de su taumaturgia es bien sencillo: «La Ley de Bain dice que toda fijación de un pensamiento provoca una reacción neuromuscular involuntaria, automática y obligatoria». Estupendo. Y ahora nos planteamos varias cuestiones. La primera, a quién ha pedido permiso este señor para practicar sus juegos mentales precisamente con ese reloj, ese día y a esa hora punta, la hora más punta de todas. Porque es que nos la puede liar. Confiesa que en pruebas anteriores, realizadas con relojes de maquinaria parecida en diez municipios diferentes, los tañidos unas veces se han parado y otras han ido más despacio. Reconforta el grado de compunción que manifiesta: «Si las campanadas no llegan a sonar bien, lo lamento mucho; mi intención es parar el reloj, no las campanas». Que por un error humano empecemos el año a la virulé, como ocurre a veces al confundirse el presentador con los cuartos, tiene un pase. Pero el riesgo de un error técnico inducido no lo tiene. Otra cuestión que no debe pasarse por alto, ya metidos en desquiciamientos, es la posibilidad de que un mentalista rival, con las mismas ansias de protagonismo, quiera boicotear esta proeza con otra de signo contrario. En vez de parar el reloj entre tres y cinco minutos, éste podría adelantarlo el mismo intervalo justo un segundo antes, de modo que cuarenta y tantos millones de españoles contemplaríamos en directo, atónitos, con la primera uva a medio camino hacia la boca abierta, la incomprensible contienda de dos mentes prodigiosas que tiran del minutero en direcciones opuestas y lo hacen oscilar indecisamente. Cuando eso ocurre en las películas, el reloj suele acabar estallando. Aun en el supuesto de que no comparezca ese posible mentalista antagónico, la mera suspensión de la maquinaria durante escasos minutos acarreará tal inquietud que a mí, se lo confieso, me va a amagar la noche más jovial del año. Esos breves momentos se harán inacabables, porque no podrá uno evitar abismarse en honduras metafísicas en torno al tiempo, a su medición convencional, a su vertiginoso transcurso. Como todos tenemos derecho a un brindis convencional por el 2006 que se nos viene, a un brindis sin prórrogas motivadas por las injerencias psico-temporales de nadie, ruego al señor Santillana que detenga, si quiere, el reloj de su mesilla. Que le sale bien, cuéntenoslo. Prometo no ponerlo en duda.

 
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