El que con la CUP se acuesta, meado se levanta
El dicho se aplica habitualmente a los niños. Alude al riesgo que supone para los adultos entendérselas con pequeños insensatos. Siempre hay efectos colaterales: orines, babeos, gases, regurgitaciones… Insisto. A esas edades este tipo de cosas son de lo más normal y terminan salpicándote no por maldad sino por inconsciencia.
Con la CUP parece estar pasando algo parecido en Cataluña. Los activistas de Anna Gabriel –sí, la que propone educar en tribus a nuestros menores- están volviendo locos a dos líderes políticos catalanes: Carles Puigdemont y Ada Colau.
Algunos lo vieron venir y lo advirtieron hace mucho tiempo: jugar a los pactos con una fuerza asamblearia antisistema, de ascendencia marxista y pancatalanista, presenta muchos riesgos. Muchos.
No era difícil intuirlo porque uno se las tiene que ver con quien propone la desobediencia civil; el impago de la deuda pública; la salida del euro, de la Unión Europea y de la OTAN; alianzas con Venezuela, Cuba, Palestina, el Sahara y el Kurdistán; la intervención de consejos de administración en compañías que hayan recibido ayudas del Estado; la colectivización de la propiedad privada y la nacionalización de empresas energéticas. Por ejemplo.
¿Qué esperaban Puigdemont y Colau? ¿Palmaditas en la espalda? ¿Días de amor y paz eterna?
La CUP se avino a bajar del monte y pisar moqueta con dos únicos objetivos: disfrutar de una buena ducha con agua caliente e imponer la independencia. Primero, se cargaron a Artur Mas. Ahora, le hace la cama a Puigdemont. Y en paralelo, la plataforma pone en jaque al Ayuntamiento de Barcelona negándose a probar los presupuestos de Ada Colau.
De fondo suenan las algaradas de los antisistemas que han estallado en la ciudad condal en protesta por un desalojo okupa. Colau ha intentado razonar con ellos: la violencia “no es la vía”, les ha dicho. Como si fuera posible discurrir con la sinrazón.
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