José Apezarena

Cataluña, la hazaña de convertir un paraíso en un infierno

La primera pareja humana se vio expulsada del paraíso después de que el tentador les asegurara que, si hacían lo que él les proponía, su vida cambiaría radicalmente. "Seréis como dioses", les prometió. Y en realidad acabaron en la desnudez.

No sé si vale la referencia, pero la aventura independentista, que prometía un futuro feliz y completo, libre de sujeciones, que auguraba el mejor mundo de los posibles, con más dinero, más empleo y mejores servicios públicos... en fin, el paraíso, está a punto de provocar todo lo contrario. Y hasta de finiquitar la mismísima autonomía.

Cataluña se encuentra al borde de dejar de ser el paraíso. Por supuesto, ese nunca alcanzado que prometían los visionarios, pero incluso también el que ya era y ha sido hasta aquí.

El desafío independentista ha provocado la quiebra del paraíso económico catalán, porque se están quedando sin sus bancos, y sin sedes de grandes empresas: más de mil han escapado en unas semanas, para trasladarse a otros territorios de España. Y las que seguirán cayendo.

Desde el separatismo, pretendieron quitar importancia a las deslocalizaciones, diciendo que se trata de gestos simbólicos, un mero cambio de oficinas, porque las empresas se mantenían en los mismos lugares. Pero eso tampoco se va a cumplir.

Tal como ha revelado ECD, numerosas firmas, empezando por el sector alimentario, estudian ya levantar sus factorías y centros de producción para llevarlos fuera de Cataluña, porque, en el poco tiempo que ha transcurrido desde el 1-O, han cuantificado caídas de ventas de en torno al 40%. El "made in Catalonia" provoca ese boicot, y creen que trasladando las fábricas a otros territorios lo remediarán.

A propósito. Los que se van son catalanes. Sin que entre ellos falten incluso destacados independentistas. Y no actúan forzados por el Gobierno, azuzados por los poderes estatales o por Madrid, sino que solamente miran por su propia supervivencia, que ya no ven garantizada en Cataluña.

A la deslocalización industrial seguirá el empobrecimiento laboral, puesto que se destruirán puestos de trabajo y, en consecuencia, subirá el paro. Otro destrozo en el paraíso.

Adiós, igualmente al paraíso del turismo. Cataluña, la principal región turística de España, ha sufrido ya bajas del 15-20% en la llegada de visitantes. Parece una evidencia que los viajeros no desean frecuentar zonas de conflicto, como lo que ahora es aquella tierra. Por citar un dato más, los cruceros se están desviando a Valencia y a otros puertos del Mediterráneo.

 

Y la recesión turística provocará cierres de establecimientos menores y pequeños (hoteles, bares, restaurantes...), con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo.

Por cierto, la internacionalización del conflicto, tan buscada por el independentismo, les está jugando una mala pasada. Porque los incidentes, movilizaciones y altercados en las calles, repetidos por las televisiones del mundo entero, han sido contemplados precisamente por aquellos que pensaban viajar a Barcelona, a la Costa Brava... Y nadie desea transitar por zonas incómodas y peligrosas.

Adiós también al paraíso cultural que ha sido una Cataluña que se empobrece de día en día. A lo que hay que sumar que la salida de Planeta ha arrebatado a Barcelona la capitalidad editorial de España.

Y, finalmente, adiós al paraíso de convivencia y tolerancia que ha sido esa tierra durante estas últimas décadas, cuando todo idea podía ser sostenida con libertad, donde podían ir del brazo las posiciones más encontradas, sin agresiones ni discriminaciones.

Hoy, en Cataluña, la disidencia no se tolera, cuando se trata del mantra de la independencia. No se permite discrepar. Ni siquiera se admite la equidistancia. Y están surgiendo fracturas y enemistades en familias, en grupos de amigos, en pueblos y ciudades.

Han convertido el paraíso en un infierno. ¡Vaya récord!


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