Comprometidos con la estupidez

Que una persona se manifieste como comprometida implica  que, asumido un objetivo como propio, se emplee en él de la mejor forma posible. Así, dejar de fumar, hacer dieta o realizar ejercicio, con la sana intención de dotarse de una mejor condición física, se presentarán como objetivos de naturaleza puramente personal que medirán, en función  de cómo se emplee, quién es.

Ceñir la conducta diaria a la pauta que, evita al cigarro dañino por habitual, aleja de la ingesta alimentaria  torpemente balanceada o se emplea en actividades que, como resultado,  mostrarán un cuerpo más ágil y fuerte, será la prueba más evidente de que enfrentamos a un individuo que apunta maneras al respecto: podría ser comprometido. No obstante, otorgar sin reparo tal condición requiere, como premisa, que desafiado por un entorno que le rete obre en consecuencia. Objetivos como los apuntados, aquellos en los que solamente entra el juego particular de cada cual, no son prueba suficiente.

Por contra, cuando la persona rebasa su  particular esfera, enfrentándose con ello al juego social y político, es cuando en la fortaleza de sus convicciones y carácter dará debida cuenta de su verdadera condición.

El apretón de manos, como evocación del acuerdo comprometido, simbolizaría al conjunto de valores que se ocultan tras él.

Se dice, se acuerda, se promete, un pacto que, siendo respetado en todos sus términos -salvo accidente inesperado-, llevará a buen puerto una relación fundamentada en la confianza.

En el juego, se identifican valores como la integridad (se hace lo que pacto mediante se apalabró), y  la honestidad (la mentira no estuvo presente en el momento del acuerdo, no se planificó su incumplimiento), a la par que la acción disciplinada. La dificultad del  empeño, no se presenta tanto en la promesa que anuncia como en la firmeza de una acción posterior que debe mantenerse firme en su logro. Y es ahí, en lo cotidiano de los hechos, donde la disciplina se muestra en todo su esplendor; sin ella, lo acordado deviene en imposible. La disciplina, por tanto, es el ancla que nos aferra a nuestros compromisos y deseos.

Levantarse con una hora de antelación para ejercitarse físicamente, revistiendo inconvenientes (puramente operativos: pereza, cansancio, etc.), no se presenta equiparable a la dificultad del juego político y social que de forma irremediable acabará estando presente en cualquier tipo de organización. ¡Cuántos conocemos que en reunión laboral, social o familiar, mutan de opinión y de criterio en función de los intereses particulares del corrillo de turno! Más tarde, y en un intento de aparentar lo que no se es, aparecerá la disculpa tardía del que, justificándose, no hace otra cosa que quedar en la mayor de las evidencias. Siendo así, deberemos comprender la endeblez de su pobre situación familiar y económica, así como  lo precario de su actividad laboral, restando, todo ello, aderezado con un largo etcétera de matices que no harán otra cosa que acabar de calificarlo definitivamente. Quién no recuerda a Groucho Marx y su célebre frase: estos son mis principios, si no le gustan tengo otros.

El que hace de su opinión un juego acomodaticio de intereses espurios y bastardos, aparentará compromiso en donde  el solo interés campa a sus anchas. Egoísmo y compromiso, a modo de aceite y  vinagre, jamás se confundirán.  La voluntad,  empeñada en el solo cumplimiento de lo que a título personal interesa, jamás se conformará como la expresión genuina de un corazón comprometido. Si un matiz caracteriza a la persona fiel a sus promesas es el de situar  por encima de sus estados de ánimo lo que por obligación se ha arrogado.

Por el contrario, en el egoísta sus estados de ánimo lo son todo; son ellos los que, en todo caso, le determinan. De obtener lo anhelado, efímera alegría; ante el revés indeseado, despecho emponzoñado. Todo en él sugiere una brújula de la que irremediablemente se presenta como norte. Como consecuencia, cuando el compromiso se pudiera asociar con aspectos de la vida que se presenten alejados de su interés, les otorgará  la condición de superfluos. En el egoísta, no cabe la idea de que su estado de ánimo se subordine a la promesa dada.

 

Pero la idiotez no tiene remedio. El compromiso con la estupidez también es posible, solo nos resta contemplar la innumerable cantidad de personajes que braman por un objetivo que en la utopía de su logro se muestran en su total desnudez personal.

Carlo María Cipolla, historiado económico italiano, nos ilustra sobre la estupidez humana. He aquí algunas de sus leyes:

-La probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma (se sea o no doctor, se hable o no inglés, se desempeñe o no la presidencia de una organización, país, institución o comunidad).

-Una persona es estúpida si causa daño a otras personas sin obtener ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso.

-Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir.

De ahí pudiera deducirse que la peor de las calamidades humanas se manifiesta en la permanencia de un carácter comprometido con la estupidez. De alguna forma lo que en mi infancia me enseñaron mis maestros: no hay peor tonto que el tonto motivado.



Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato