Internetitis

Personas que no pueden vivir desconectadas de la red, yonquis de la web, adictos a lo virtual. Me pregunto a menudo sobre los límites que podrá aguantar el cerebro humano ante tanta actividad. ¿Está internet detrás de algunos de los males contemporáneos?

Reconociendo que las nuevas tecnologías nos han proporcionado sensacionales avances en infinidad de terrenos, es igualmente constatable que su indebido uso provoca indudables problemas. Cualquiera puede dar cuenta de amigos, familiares o conocidos que están enchufados a todas horas a su móvil, tableta y ordenador. Deambulan sorteando farolas y viandantes mirando fijamente a sus dispositivos, sonriendo o gimiendo dependiendo de lo que aparezca en pantalla. Esta obsesiva atención alcanza también a lo que difunden estos modernos canales, sea cierto o incierto, que tanto da. Lo que salga por internet se toma como verdad absoluta por una legión de fieles de este credo electrónico, aunque se trate de patrañas o de simples trapacerías, disfrazadas hoy de posverdad y de los célebres fakes. 

Tenemos ahora a nuestra disposición un colosal material para desentrañar desde el asunto más banal al dilema más insondable, pero albergo dudas sobre si nos molestamos a acceder a él o si, en el mejor de los casos, lo hacemos como Dios manda. Los índices de comprensión lectora en los países más desarrollados no han avanzado en los últimos treinta años, como se ha sabido recientemente, de modo que el acceso a la red no parece estar orientándose a la adquisición de esos conocimientos sino más bien para bajarse contenidos audiovisuales. Por otro lado, el abordaje de tan ingente cantidad de información colgada en internet, precisa sin duda de un orden y concierto previos, a través de itinerarios o enseñanzas elementales que capaciten al lector para entenderlos de forma progresiva. Esto último no creo que tampoco se dé en la actualidad, en que cualquier mortal desde su teléfono inteligente se convierte a diario en experto en derecho administrativo, en teodicea o en oftalmología, con una simple ojeada a una página donde el buscador le lleve. La natural prudencia que siempre aconsejó abordar las materias desde lecturas sencillas a más complejas, partiendo de las nociones básicas o introductorias hacia las más avanzadas, se sustituye cada hora por la consulta inmediata de documentos especializados sin ton ni son y por supuesto sin contar con unas mínimas capacidades para su discernimiento, generando hordas de ignorantes que, para más inri, se las suelen dar de eruditos y de estar a la moda por haber obtenido dicha información del internet

Urge por todo ello una pedagogía en el uso racional de estas tecnologías, que tanta revolución han operado en el periodismo, las universidades o en las formas de comunicarse los humanos. Sin ella, serán inútiles buena parte de sus avances, que se quedarán anclados en el mundo de la diversión, el ocio y una realidad virtual que se parece a la real como un huevo a una castaña.


 
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