La madre de Michel Houellebecq "resucita" y amenaza con dar un bastonazo a su hijo

La madre de Michel Houellebecq está vivita y coleando. Y además tiene la lengua pero que muy muy suelta. El escritor la había dado por muerta, eso era que lo que que él quería que el mundo creyera, pero esta abuelita de 83 años no se ha dejado hacer y utiliza las mismas armas que su hijo, un libro, para ajustar cuentas.

Este libro me ha hecho recordar que hace poco más de dos años, Houellebecq me dio cita en un hotel del Barrio Latino, a orillas del Sena, para entrevistarle. Lo que puede intuirse como un marco idílico, no era más que la fachada. Se trataba de un aparthotel. Todas las puertas estaban abiertas, como ofreciendo en espectáculo la suciedad y el desorden que le rodeaban. El ambiente estaba cargado y las ventanas cerradas. La única nota "fresca", por decir algo, la ponía su cariñoso perro "Clement".

Recuerdo que hizo alusión al trato desagradable que tenía la gente de España. Hablamos de la última novela que había escrito, "La posibilidad de una isla", en la que clonaba a su personaje. Me dijo que para él el clonaje es la única forma de alcanzar la eternidad a la que todo hombre aspira. Al hablar de la muerte aseguró que no quería que fuera lenta, pero tampoco muy rápida, que quería una breve agonía por si acaso se le había olvidado algo. Cuando le sugerí si pedir perdón, respondió de inmediato que el perdón no entraba entre sus planes: "Yo nunca he hecho mal a nadie".

Pero lo menos que se puede decir en cuestión de cinismo es que de casta le viene al galgo. Al menos eso parece por lo que se va publicando de las memorias de su madre, Lucie Ceccaldi, que salen a la venta el 7 de mayo bajo el título "L’Innocente".

Ceccaldi intenta dar otra imagen que la que ha ofrecido el escritor de ella, la una hippy adepta de la libertad sexual, más preocupada por sus amantes que por sus hijos. Y describe su vida en Argelia, estudiante de medicina, comprometida con el Partido Comunista, y activa durante la independencia. Eso sí, reconoce que como lo suyo era viajar (India, Africa) prefirió dejar a su hijo con la abuela para que le cuidara. A esta le echa la culpa del odio que destila ahora su hijo contra ella.

Lucie Ceccaldi define a su hijo como un arrogante, en sintonía con la época actual del "no pensamiento". Elementos de juicio no le faltan, no sé si por convencimiento o provocación, Houellebecq afirma sin inhibición alguna que se encuentra "demasiado inteligente".

En la contraportada, la "dulce" señora no deja lugar a dudas sobre las relaciones que mantiene con su hijo: "A mi hijo, que le den por culo (...) si por desgracia vuelve a poner mi nombre sobre algo, recibirá un bastonazo en el pescuezo".

 
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