Normatividad

Me contestó que no en las clásicas dolencias, pero sí en los que denominaba trastornos del comportamiento, que parece ser que están experimentando aumentos muy significativos, en especial entre los jóvenes. Se refería, claro, a las ansiedades, depresiones y procesos similares. Ante mi curiosidad por las causas de esta pandemia, me respondió con una frase enigmática, que me ha rondado por la cabeza desde entonces: “esas perturbaciones surgen como consecuencia de la ausencia de normatividad en las familias, en la educación y en la sociedad en la que vivimos”. 

Aunque sospechaba que el permisivismo a ultranza podría tener sus efectos, no pensaba que llegaría a tanto. Al contrario: había escuchado alguna vez que una enseñanza estricta y sin espacios para la libertad era el mejor caldo de cultivo para las alteraciones de la personalidad, y de hecho he conocido en mi vida algunos ejemplos de ello. Por lo que se ve, tanto un extremo como el otro provocan aciagos efectos en el cerebro humano, pero al presidirlo hoy todo el relativismo y la carencia de reglas, el resultado es una ciudadanía empastillada a tope, acumulando bajas laborales a tutiplén y con la sensación extendida de que la vida es en sí una especie de enfermedad.

La información de la que dispongo sobre este grave problema se limita a estas esporádicas conversaciones que he mantenido con algunos médicos, al recomendable libro “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl y a las columnas siempre amenas y sugerentes del Dr. Enrique Rojas en el ABC. Pero también cuento con alguna experiencia que me ha llevado a confirmar que un contexto de falta de autoridad, de nula reciedumbre o de falta de criterio pueden ser el terreno mejor abonado para la desorientación y el caos personal. Por supuesto que deben existir, además, un océano de motivos desencadenantes de estas afecciones, metabólicos o fisiológicos, pero indudablemente el todo vale y el da lo mismo, la pasión sin normas y el río sin cauce que padecemos en Occidente está provocando estragos y desabasteciendo a las farmacias de tranquilizantes.

No encuentro mejor manera de conocer a alguien que visitar su cocina y conversar con sus hijos. Una nevera razonablemente surtida y una limpieza de la encimera dice mucho de sus dueños. Y no digamos nada unos niños bien educados, respetuosos y aseados. Decir estas cosas hoy es arriesgarse a ser tachado de elitista, cuando se trata de algo al alcance de cualquiera y que no responde a nivel económico o social. Detrás de estas pequeñas cosas lo que está es precisamente el equilibrio, que tanto contribuye luego a ahuyentar los males de la mente.

En las familias numerosas, cuando se reúnen, se descubren con facilidad a quienes han seguido unas pautas de comportamiento guiadas por la normatividad y a los que no. Aunque la vida pueda deparar sorpresas a todos, estos últimos suelen ser los mejores candidatos a generar problemas de todo tipo, incluidos los que aquí me refiero y que tanto abundan.

O comenzamos pronto a establecer y hacer cumplir reglas asumibles, sin complejos, o seguiremos como hasta ahora, rodeados de personas desnortadas que acaban atiborradas de ansiolíticos y de listas de espera psiquiátricas sin fin.

 
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