Peleas de familias

Como era de esperar, con las elecciones a la vuelta de la esquina y las listas a flor de piel, las batallas internas de los partidos se han desatado. En todas las sedes lo negarán de forma rotunda y desmentirán cualquier información que se refiera a disidencias internas, pero la realidad es tozuda y ahí esta bien visible para cualquiera.

Los partidos nos tienen tan acostumbrados a la sonrisa mitinera y al aplauso que ellos mismos se escandalizan cuando se habla de que no hay tantas sonrisas y de que hay aplausos no tan sinceros. Ese es el error. Si todos estuviéramos habituados a que la confrontación dentro de una formación política es lo habitual y a que, sin rebasar los cauces propios de cada partido, las opiniones pueden ser varias y es sana la pluralidad -y no digamos nada la libertad- nadie se rasgaría las vestiduras.

Y es que hay demasiados hábitos rasgados. El Partido Socialista -que celebra el aniversario del 82- ya no puede presentar la foto de Felipe González y Alfonso Guerra con las manos entrelazadas en una ventana del Palace.

El Partido Popular “da el mitin interno” en Valencia, y Camps pretende ningunear –que lo consiga es otro cantar- a Zaplana mientras Rajoy mira para otro lado.

En Izquierda Unida no es que le hagan la cama a Llamazares, es que le hacen varias un día sí y otro también.

En el PNV vuelan los cuchillos en torno a la silueta de Josu Jon Imaz, y en Convergencia y Unió la saga Pujol inquieta hasta a los ordenanzas de la sede nacionalista.

Es muy posible que la culpa sea de las “malditas listas cerradas”, como las califica en privado un “antiguo” dirigente socialista. Todos quieren salir en la foto y los puestos para sentarse en un escaño están cada día más caros. Entre las ejecutivas de los que están o pueden estar en la oposición, poltronas de los que están o pueden estar en el Gobierno y el atractivo que ejercen los asientos tapizados de rojo –tirando a granate- de la Carrera de San Jerónimo, hay demasiados nervios.

Y la palabra –al menos en los dos partidos mayoritarios- la tiene sólo una persona. Al final, Rodríguez Zapatero y Rajoy tendrán que cortar por lo sano y decidir. Pero para que esas decisiones no les cuesten un precio demasiado alto, tendrán que templar muchas gaitas entre los barones de sus respectivos partidos y entre quienes en alcaldías y gobiernos autonómicos presumen de votos.

 
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