¿Por qué Podemos no ha conseguido convertirse en un partido hegemónico?

“¡Y vamos a ganar las elecciones al Partido Popular!”. Han pasado más de tres años desde esa proclama desafiante de Pablo Iglesias a miles de simpatizantes de Podemos en la Puerta del Sol, en enero de 2015. Ahora, sin embargo, Podemos se estanca mientras la estrella rutilante en el firmamento político español es Ciudadanos. ¿Por qué el partido morado no ha alcanzado su objetivo de disputarle la hegemonía a la “vieja política”?

Alberto Garzón, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Foto: Álvaro García Fuentes
Alberto Garzón, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón.

Podemos irrumpió meses antes de las elecciones europeas de 2014 como un nuevo proyecto político, ni siquiera un partido político, nacido para “convertir la indignación ciudadana en cambio político”.

Sin apenas tiempo ni pasado ni trayectoria, aunque con una presencia constante en algunos canales de televisión, Podemos fue el gran triunfador de esas elecciones pese a quedar cuarto: cosechó 1,2 millones de votos, el 7,98%, y cinco eurodiputados. Todos los medios se centraron en lo insólito de que una candidatura con apenas cuatro meses de vida pública se hubiera colado con tanta fuerza en el habitualmente rígido sistema de partidos políticos de España.

Tras esa pequeña victoria, Pablo Iglesias y los suyos no se conformaron. Con una ambición notable, fijaron su próximo objetivo de forma algo poética: “Ganar el cielo por asalto”. En su primer congreso orgánico, en otoño de 2014, el líder del partido dejó claro que su estrategia pasaba por salir a ganar, ya que estaban convencidos de que ante “un régimen que se derrumba” Podemos iba a ser la fuerza más votada por los españoles en las elecciones generales de diciembre de 2015.

Las encuestas de algunos medios se vieron corroboradas por el CIS: Podemos se convirtió a finales de 2014 y principios de 2015 en el partido preferido por los votantes españoles, según los sondeos.

Las elecciones autonómicas de primavera no fueron un éxito -no pasó del tercer lugar en ninguna autonomía-, pero al hacerse con las alcaldías de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Cádiz, Santiago de Compostela, La Coruña... dio la impresión de que “el cambio” era imparable.

La primera decepción

Pero la realidad de las urnas echaron un jarro de agua fría sobre Podemos. En las elecciones generales de diciembre de 2015 las listas de Pablo Iglesias -coaligado con Compromís en Valencia y con las confluencias En Comú en Cataluña y En Marea en Galicia- cosecharon 5,2 millones de votos (20,66%), una cifra inimaginable para cualquier partido nuevo, pero que le dejaban en tercer lugar y con 69 escaños de los 350 del Congreso. El asalto a los cielos no había llegado.

Llegaron los meses en los que Podemos trató de pactar un Gobierno con el PSOE para hacer presidente a Pedro Sánchez. De ese período pasó a la Historia política de España la rueda de prensa de Pablo Iglesias postulándose como vicepresidente, presentando a sus ministros para ese gobierno de coalición y pidiendo incluso el control de RTVE y del CNI.

El pacto no llegó ni a nacer, no se eligió a ningún presidente y se convocaron nuevas elecciones seis meses después de las anteriores. Entonces Iglesias realizó un movimiento que veía como la clave para llegar al poder. Ya había aceptado que ganar las elecciones al PP era un objetivo muy lejano, pero no lo era tanto superar al PSOE como segundo partido, del que se había quedado a tan sólo 300.000 votos.

En busca del famoso ‘sorpasso’, el líder de Podemos tejió una alianza con Izquierda Unida, que se había quedado con sólo dos diputados en diciembre de 2015 pero había conseguido casi un millón de votos. Sus cuentas eran claras: sumando los resultados de ambas candidaturas sobrepasaría los seis millones de votos, e incluso esa “confluencia” de izquierdas atraería a más votantes progresistas que verían a Unidos Podemos como el voto útil contra Rajoy.

 

El ‘sorpasso’ que no llegó

Y de nuevo las urnas desbarataron los sueños de Pablo Iglesias y de sus estrategas, e incluso demostraron que 5,2 millones de Podemos y 923.000 de Izquierda Unida no sumaban más de seis millones de votos... De hecho, restaban, ya que Unidos Podemos se quedó en 5.049.734 votos (21,1%), y no avanzó lo más mínimo en escaños: consiguió 71, los mismos que sumaban los 69 de Podemos y los dos de IU.

¿Pero qué ha pasado? Es alucinante, es desesperante...”: esa fue la reacción de dirigentes de Podemos en esa noche electoral del 26 de junio de 2016, sin duda una de las más amargas de la corta historia de este partido político. Iglesias y los suyos recibieron el impacto emocional de volver a quedar terceros tras haber acariciado la idea de llegar al Gobierno, pero esta vez liderando ellos un pacto de izquierdas con el PSOE como muleta.

En agua de borrajas quedaron entonces los planes que el propio Pablo Iglesias había hecho. Antes de ese batacazo llegó a diseñar una lista completa de ministros que incluiría en su Gobierno. Los castillos en el aire se difuminaron. Tras meses de tira y afloja, los barones del PSOE defenestraron a Pedro Sánchez y su “no es no”, y con su abstención los socialistas permitieron que Mariano Rajoy fuera elegido de nuevo presidente gracias al pacto entre PP y Ciudadanos.

Peleas internas y estrategias contrapuestas

Podemos perdió entonces todo protagonismo parlamentario. Su posición no le permitía bloquear la acción de Gobierno del PP, que en todo caso dependía o del PSOE o de los cinco diputados del PNV. Los dirigentes de la formación morada se dedicaron a preguntar quiénes eran, de dónde venían y adónde iban... y a luchar por el poder interno.

La dupla Pablo Iglesias-Íñigo Errejón se rompió entonces. Errejón se mostró partidario de acabar con la alianza con Izquierda Unida, de acercarse más al PSOE, de mostrar un perfil más transversal e institucional, y menos de izquierda radical y callejero. Iglesias, por contra, llamó a “cavar trincheras” y tener una pierna en las instituciones y otra en la calle, acompañando a los movimientos sociales que protestaban contra el Gobierno.

Las tesis de Iglesias ganaron la asamblea de Vistalegre II, pero a costa de un cambio notable en Podemos. Una de las fundadoras, Carolina Bescansa, renunció a sus cargos igual que el “cerebro” económico Nacho Álvarez. Errejón quedó relegado de la portavocía parlamentaria y le sustituyó Irene Montero, que ya era jefa de gabinete de Pablo Iglesias.

Los aliados en Vistalegre I, Iglesias y Errejón, rompieron, y los rivales de aquella primera asamblea se unieron: el líder del partido se alió con Pablo Echenique y con el sector de Anticapitalistas que representaban Miguel Urbán y Teresa Rodríguez.

La contradicciones de gobernar

En estos cuatro años de vida marcados por tantas convocatorias electorales -europeas, andaluzas, autonómicas y municipales, dos generales, dos catalanas-, Podemos ha ido viendo cómo se ha desgastado el entusiasmo de sus primeros logros y el barniz que le daba el ser “nuevo”.

Además, tal y como diría Pablo Iglesias, ha tenido que “cabalgar las contradicciones” que inevitablemente tenían que llegar al empezar a gobernar: en su caso, al controlar algunos de los ayuntamientos más importantes de España.

Contradicciones ha tenido varias: cómo es posible que la llegada a la alcaldía de Barcelona de la portavoz de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH) no haya conseguido acabar de raíz con los desahucios en esa ciudad, donde hubo más de 12.000 en los tres años que van de 2015 a 2017. O que su proclama de “rebelarse” frente a las directrices de Cristóbal Montoro para embridar el déficit de los ayuntamientos acabara en la sumisión del Ayuntamiento de Madrid a las exigencias del ministro y la dimisión del concejal de Economía, Carlos Sánchez Mato.

Estos problemas se han unido a las ya citadas turbulencias internas, hasta el punto de que muchos dirigentes de Podemos han pedido en repetidas ocasiones “dejar de hablar de nosotros”.

Y, por último, la tensión provocada por el desafío independentista en Cataluña ha dejado en tierra de nadie a Podemos, entre unos secesionistas de los que se desmarca y unos partidos constitucionalistas que apoyaron la aplicación del 155 para frenar la independencia.

Lejos del sueño de gobernar España

En todo caso, el último barómetro del CIS coloca a Podemos en el 19,6% de estimación de voto, ahora en cuarta posición (y no tercera) por la pujanza de Ciudadanos. Muy lejos, desde luego, de una posición que le permita convertirse en un partido mayoritario, menos aún hegemónico, en condiciones de disputar la victoria en las próximas elecciones.

El filósofo esloveno Slavoj Žižek es desde hace años una de las referencias intelectuales de la izquierda europea, y también de los dirigentes de Podemos. Žižek ha lamentado en varias entrevistas sobre Podemos que “fue maravilloso todo ese trabajo que hicieron construyendo redes en la sociedad civil. Ahí se hicieron fuertes y llegaron a ver el poder de cerca, pero se quedaron en el “¿qué hacemos?, ¿lo hacemos o no lo hacemos?” […] Estoy cansado de la izquierda narcisista que se divierte más en su papel marginal que gobernando. Sólo disfrutan siendo la oposición y la voz de la conciencia”.

No son pocos los que consideran que Pablo Iglesias, en su actual estrategia, podría estar repitiendo los errores de los que culpaba hace años a Izquierda Unida. Frente a las aspiraciones transversales de Errejón, su “cavar trincheras” recuerda lo que él criticó a la izquierda radical hace años: “Sigue viviendo en tu pesimismo existencial. Cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas y de cosas, pero no te acerques, porque sois precisamente vosotros los responsables de que en este país no cambie nada. Sois unos cenizos. No quiero que cenizos políticos, que en 25 años han sido incapaces de hacer nada, no quiero que dirigentes políticos de Izquierda Unida, y yo trabajé para ellos, que son incapaces de leer la situación política del país, se acerquen a nosotros. Seguid en vuestra organización. Presentaos a las elecciones, pero dejadnos en paz”.

En esa marcha en Madrid hasta la Puerta del Sol ya mencionada, el 31 de enero de 2015, Pablo Iglesias explicó sus aspiraciones: “Hoy en esta Puerta del Sol soñamos, pero nos tomamos muy en serio nuestros sueños. Hoy soñamos un país mejor. Pero no hemos llenado la Puerta del Sol para soñar, sino para hacer nuestros sueños realidad. Los sueños hay que empujarlos”. El sueño, por el momento, no se ha cumplido por completo para Podemos.

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