Reconversión y apuesta

Soy un tipo razonablemente solitario. No es que me divierta la soledad física, sino que me gusta pensar por libre, me crispa hasta el infinito el olor a sudor, y no me salen los aplausos en masa. Pongo una mano frente a la otra, pero no logro chocarlas. En el último instante, siempre se desvía la trayectoria y le atizo un sopapo accidental al que tengo a mi vera. Movimientos, bloques, reuniones, congresos, fundaciones, concentraciones, me causan escozor en la piel y sarpullido en las plantas de los pies. Hace años que las adhesiones, las firmas, y todo aquello que constituye la encomiable acción de la sociedad civil me causa desazón, alergia, pereza y sueño. Por este orden. No puedo evitarlo. Diría que he perdido la fe en esta forma de hincarle el diente a las instituciones, si alguna vez hubiera vivido completamente ajeno a tal desengaño.

Desconfío siempre de la masa. La de las buenas voluntades. La sentimentalista. La que hace la fuerza. La solidaria. La justiciera. La que toma plazas, y agita las manitas al sol. La masa que al fin, con el paso del tiempo, o se rompe, o se embrutece, o se corrompe. O no es masa. Desconfío de ella y de todas sus actividades y objetivos. Desconfío del principio, de la mitad, del fin y de los medios. Y me siento incapaz de transitar su abarrotada vía, vaya hacia donde vaya.

Por teorías como esta, mis amigos activistas me desean toda clase de males. No me inquieta. Yo tampoco espero nada bueno de ellos. Me dan miedo hasta los activistas de mis causas. No creo que sea necesario colgarse de la pancarta para cambiar el mundo. Y en todo caso, cambiar el mundo es fácil. Lo realmente difícil es cambiar España sin un milagro. Y para lograrlo, cada día más, me siento más identificado con el a Dios rogando, que con la tozudez del mazo dando. En fin, soy un idiota, si ustedes lo quieren ver así, pero un idiota con convicciones propias.

El agua y el aceite tienen más posibilidad de prosperar en su romance, que yo como asistente a una causa protesta de cualquier naturaleza. Y aún a pesar de todo, en contadas ocasiones, voy y me adhiero. O firmo. O acudo. Aún sin fe, aún sin esperanza, y acaso con un poco de caridad. Pero ahí estoy, física o moralmente. Y lo seguiré haciendo en cualquier causa provida, o en cualquier iniciativa de las víctimas del terrorismo. Tal vez, las dos grandes excepciones que confirman mi descreída visión del activismo en España.

Para desmentirme como Dios manda, acabo de firmar hace unos minutos una carta abierta al Presidente del Gobierno, a la que ya se han adherido muchos miles de españoles. Se trata del documento de Reconversión, esa iniciativa presentada hace días por Alejo Vidal Quadras, entre otras señaladas personalidades. En el escrito instan a Rajoy a emprender una ambiciosa reforma del sistema del Estado, y a poner en marcha un referéndum consultivo sobre “la reordenación y la racionalización de nuestro sistema político y autonómico”. No me digan que no es como para firmar con entusiasmo. Como para firmar por mí, por el pato Donald, y hasta por el idiota de Bob Esponja, si sirviera de algo.

El gran problema de España es que todo es intocable, excepto lo que no se debe tocar. El Gobierno y la oposición parecen dispuestos a que nos hundamos todos, antes de abrir el melón del viciado sistema autonómico y emprender las reformas profundas que necesitamos con urgencia. Y eso a pesar de que hay una mayoría de españoles que prefieren adelgazar la inmensa maraña institucional que lastra nuestra nación, antes que morir arruinados. Yo soy uno de ellos. Y Angela Merkel, otra, aunque parezca alemana.

Mi extraño y excepcional entusiasmo con Reconversión es tal, que me he decidido a adquirir aquí mismo un compromiso público, como prueba de la fe que deposito en el destinatario de la carta: de convocarse finalmente el deseado referéndum, me comprometo a celebrarlo por todo lo alto, sustituyendo durante una semana a uno de los leones del Congreso, privándome de toda comida y bebida, y sin aceptar la limosna correspondiente como mimo de gran valía. Lo haré a pelo, pintado el cuerpo de negro, con bola de bronce bajo las garras, y en pleno invierno. Digo más, bajo la nieve. Y evitando tiritar. Rechazando la tentación del carajillo nocturno sin testigos. Rugiendo gratuitamente a los niños como el león de la Metro Golden Mayer. Y dejándome fotografiar con bandadas de turistas norteamericanas en la edad del pavo.

Ahí queda eso, Mariano. Si no lo haces por España, hazlo por diversión.

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

 
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