Sursum corda

En la actualidad, asombra la capacidad que hemos tenido para gestionar una de las más profundas crisis internacionales, que con gran reciedumbre colectiva y poco a poco se va sorteando. Salir una temporada al exterior y retornar es la mejor fórmula para detectar lo que somos: una formidable patria compuesta por personalidades excepcionales, muchas de ellas con éxitos inconmensurables fuera, en los más diversos ámbitos profesionales, técnicos, científicos, comerciales o filantrópicos. Nuestro derecho, como muestra, se extiende en sus principales fórmulas por la mayor parte del continente americano, compartiendo de ese modo un mismo lenguaje en cuestiones de justicia y organización social, nada menos.

El sano orgullo que tras la frontera detectan en nosotros es lógico: formamos parte de una cultura y civilización levantada sobre milenarios sillares con inequívoca vocación centrífuga, de expansión a otros pueblos precisamente por su extraordinaria concepción. Generación tras generación, hemos sabido erigir en un entorno geográfico bien definido un verdadero sueño emulado por otros pueblos, en el que convivimos ciudadanos de lo más diverso y de lo más valioso, siempre bajo un mismo ideal basado en las libertades y el imperio de una ley fruto de un generoso consenso.

Hace años, conversando con un olímpico español, me contó algo que no he olvidado. Seleccionado para representar a España en un campeonato juvenil en Grecia, triunfó en una de las pruebas, y en la entrega de medallas, no se le ocurrió mejor cosa que mofarse de nuestro himno y bandera. Le rodeaban jóvenes de otras nacionalidades que no lo comprendían. Tras ser luego becado en una universidad norteamericana, se quedó impactado del respeto a los símbolos de Estados Unidos, tras competir en su liga a lo largo y ancho de su vasto territorio. Cuando me relató todo esto, lejos ya del deporte competitivo, me confesó que le avergonzaba profundamente haberse comportado de forma tan lamentable en sus años mozos, porque tras su periplo yanqui ya sabía que por esa bandera y ese himno habían vertido su sangre multitud de héroes anónimos, y que otros tantos estarían dispuestos a hacerlo con grandeza.

España es una gran nación, como con pleno acierto acostumbran a repetir ciertos responsables públicos. Con tanta capacidad de acogimiento que es capaz incluso de hacerlo con aquellos que deliberada y disparatadamente quieren acabar con ella, como cualquier padre o madre haría con un hijo retorcido. Una nación que sigue siendo en un sinfín de asuntos el ejemplo a seguir, el espejo de derechos y libertades donde mirarse en el escenario universal, una tierra fecundísima en innumerables aspectos que atrae cada año a millones de personas que no entenderían su declive u ocaso.

Hoy, más que nunca, celebremos ser españoles y honremos lo que somos y seremos, porque tan grandiosa creación y realidad no merece otra cosa.


Javier Junceda

Jurista y escritor


 


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