Turquía se alía con la Europa de los mercaderes, no con la de las libertades

Pero, aunque pierda espectacularidad e interés la competición, los equipos turcos no se merecen estar entre los europeos: el presidente Recep Tayyip Erdogan, con su arcaico partido confesional, está arrasando las libertades fundacionales del estado creado por Kemal Atartürk.

El cinismo de los dirigentes de Ankara llega a extremos como el de esta frase de Binali Yildirim, primer ministro de Turquía, durante su reciente visita a España: "Estamos pagando un alto precio para proteger a Europa". No es necesario recordar que es Bruselas quien paga a Estambul por su tarea de retención de refugiados que, de otro modo, inundarían el viejo continente.

También suenan a cínicas las razones principales que se esgrimen sobre la pacificadora intervención turca en Siria: “Hemos salvado a 3,5 millones de personas que estaban tan desesperadas como para echarse al mar. Combatimos al Daesh de manera eficaz, limpiando la zona de terrorismo y recolocando a los refugiados. Tratamos de reducir la tensión con Rusia e Irán. Y, sobre todo, protegemos la seguridad de Europa”.

No falta una mínima referencia al objetivo encubierto dirigido a destruir al "terrorismo kurdo", modo oficial de negar los deseos de independencia de un pueblo repartido entre diversos Estados del Oriente Próximo. De ahí el reproche a la colaboración de Estados Unidos con las milicias kurdas para derrocar el yihadismo en Siria. No se rompe, al menos de momento, la relación de alianza a través de la OTAN. Pero se critica duramente a Washington por “colaborar con el terrorismo”, con una tesis aparentemente justificada: “no se puede combatir a un grupo terrorista con otro”.

Escribo días después de la visita a España de Binali Yildirim, centrada en objetivos para impulsar el comercio entre los dos países. Su volumen es ya significativo, por las fuertes inversiones de empresas españolas en Turquía, no sólo en el sector del turismo, sino en proyectos estratégicos: defensa, transportes, energía, refinerías, agua...

Pero el viaje coincide con el crecimiento de las peticiones de asilo de ciudadanos turcos, perseguidos por la política represiva de Erdogan –se calcula en quince decenas de miles el número de funcionarios purgados, especialmente en la educación-, así como con la noticia de la condena judicial a los periodistas del diario de oposición Cumhuriyet. De nada ha servido, aparte de otras presiones, el manifiesto firmado por treinta y cinco premios Nobel que pedía a Erdogan el último día de febrero la libertad de periodistas y escritores encarcelados. Paradójicamente, entre los actuales solicitantes de amparo a España figuran empresarios y editores de prensa.

La popularidad de Erdogan se resiente en los ambientes urbanos y cultos, como suele suceder en toda dictadura. Tal vez por esto, acaba de adelantar las elecciones nada menos que año y medio, mientras un dócil parlamento renueva una vez más el estado de excepción, que permite anular la oposición aplicando acríticamente leyes antiterroristas. Resultan patéticas las declaraciones del primer ministro turco comparando esas medidas con las adoptadas en Francia a raíz del recrudecimiento de atentados violentos de cuño islamista.

De nada han servido tampoco las decisiones de Bruselas y Estrasburgo, salvo para frenar casi por completo el proceso de integración de Turquía en la Unión Europea. Ciertamente, sería un contrasentido en las actuales circunstancias. Pero no lo es menos la capacidad de diversos Estados miembros de fomentar relaciones comerciales normales con Estambul. La Europa de las libertades debería imponerse a la de los mercaderes... También en las cada vez más mercantilizadas competiciones deportivas.

 
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